Hola Luis, ¿dónde estás?

Por Manuel Justo Gaggero*

A pocos días de que se iniciara la primavera de 1971 ocurrieron los hechos que paso a relatar. Estando en Paraná -mi ciudad natal- en la madrugada del 18 de setiembre recibí una llamada de mi hermana Susana que trasmitía la  profunda angustia que la embargaba. En la noche del día anterior -según me describió- en un departamento en la ciudad de Buenos Aires ubicado en la confluencia de las calles Paraguay o Nicaragua y Canning habían sido detenidos varios militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo entre los que  estaba su compañero Luis Pujals.

La dirección no me quedó clara. Todos habían sido “legalizados”; es decir la policía política de la Dictadura había reconocido el procedimiento y entregado la lista de los encarcelados. En la misma no figuraba “el Flaco”. Se repetía  lo que había ocurrido con Baldú, Martins  y Centeno; por lo que aumentaba nuestra zozobra. Esa misma noche viajé a  la Capital para encontrarme con ella y formar parte de la Comisión que se estaba conformando por la aparición con vida  de quién era para mí un hermano y un gran revolucionario.

En el viaje que hice en el auto de un colega del Estudio me vinieron a la memoria recuerdos imborrables de aquellos años, a principios de la década del 60, en que lo había conocido. Desde el primer momento lo consideré un compañero de una solidez y firmeza ideológica envidiable. Llegó a la casa de estudiantes en la que vivía en la ciudad de Santa Fe, frente al Parque Garay, acompañado de Rubén Bonet (el Indio) y de Amadeo  Viglierchio. Los tres militaban en Palabra Obrera identificándose con el Peronismo rRvolucionario y con John William Cooke. Con un grupo  de estudiantes, de idéntica filiación política, habíamos organizado la Asociación  Gremial de Estudiantes de Derecho adherida a la recientemente refundada Confederación General Universitaria.

Coincidimos en nuestra admiración y apoyo  a la Revolución Cubana, que se había producido un año antes, y en la decisión que la única forma de lograr la Liberación Nacional y el Socialismo era la lucha armada. Acordamos  actividades conjuntas en distintos frentes y encuentros cada quince días. Al fortalecer la relación con Luis no dudé que la mejor  manera que  Susana ingresara a la militancia era con ese grupo y  fue así que ella se transformó en activista de la Agrupación “Avanzada” de la Facultad de Filosofía y Letras de la ciudad de Rosario donde cursaba la carrera de Psicología. La relación en ese momento como militantes se transformó en personal cuando logré que ambos reconocieran el amor que los unía; al mismo tiempo que reafirmaban su compromiso revolucionario y guevarista.

Atrapado en aquellos pensamientos y recordando lo que había pasado con varios casos que mencioné; se aumentaba mi  preocupación. Al llegar fuimos directamente a un departamento en la calle Peña en el que se encontraba Susana, el padre de Luis, Enrique y sus hermanos Alberto y Alicia. Pregunté si se había interpuesto un hábeas corpus y me contestaron que quedaron en llevar a cabo esta acción dos abogados, simpatizantes del PRT, que hasta ese momento no lo habían presentado por lo que me comuniqué telefónicamente con dos colegas amigos: El “Zambo” Rafael Lombardi y César Calcagno que acordaron redactar éste y constituirse en el Juzgado de turno para solicitar su inmediata intervención.

Esa misma noche comenzamos a conformar una “Comisión por la Aparición con Vida” que en principio quedó  integrada por Emma Illia -la hija del ex Presidente- su esposo Gustavo Soler, el abogado de Perón, Isidoro Ventura Mayoral, y los integrantes del Consejo Directivo de la recientemente constituida Asociación Gremial de Abogados  Raúl Aragón, Domingo Mercante y Mario Kestelboin. Desde la cárcel adhirieron Agustín Tosco, Atilio López y numerosos dirigentes de gremios combativos entre los que estaban nuestros amigos Raymundo Ongaro, Jorge Di Pasquale y Benito Romano.

Por su parte Miguel Bonasso, al que conocí en esos días, que era uno de los periodistas más destacados del diario “La Opinión”, de propiedad de Jacobo Timerman, dedicó todo su esfuerzo periodístico y militante para denunciar la desaparición de Luis; manteniendo durante semanas la exigencia de la aparición con vida de éste. A este clamor se sumaron los partidos democráticos, los centros de estudiantes, los organismos de derechos humanos y el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Adhirió, también, el actor Norman Brisky, que en esos momentos   representaba con gran éxito la obra teatral “La Fiaca” de  Ricardo Talesnik en un teatro de la Avenida Corrientes. Al finalizar las funciones leía una carta de Susana dirigida al pueblo argentino reclamando por la aparición con vida de su compañero. A su vez, el músico Roque  Narvaja le dedicó una balada  a nuestro camarada que fue muy popular entre los jóvenes.

Pese a todo este reclamo hasta hoy no hemos recuperado los restos de Luis y no han  sido castigados los responsables de su secuestro, torturas y muerte. Pero como el “Viaje hacia las Utopías  Revolucionarias” nos ofrece diferentes escenarios un  17 de setiembre de 1980 un comando revolucionario ejecutó, en Asunción del Paraguay, al dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle; responsable de más de 50 mil muertos, de miles de encarcelados, torturados y exiliados. Encabezaba el mismo Enrique Gorriarán Merlo; amigo entrañable de Luis. Este lo había incorporado al Partido Revolucionario de los Trabajadores y juntos participaron del V Congreso en el que se fundó el Ejército Revolucionario del Pueblo.

En un homenaje, no declarado, los compañeros transformaron ese día de tristeza en  el “Día de la Alegría” para el pueblo de Sandino. Nosotros festejamos en Managua sin olvidarnos del querido “Flaco”.

*Abogado y periodista. Ex Director del diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre”“y “Diciembre 20” 

Nota: Este relato integra el primer tomo de la saga de mi autoría “Un Viaje hacia las Utopías Revolucionarias” que ha sido editado por la Editorial De la Comarca.