La colonización cultural

Por Juan Carlos Giuliani*

“Niño Dios, niño Dios, niño Dios de los changuitos/que como ellos muy pobrecitos en un ranchito quiso nacer. Llega ya, llega ya, montado en una estrellita;/llega ya el niñito bueno, a los pobres changos a consolar. Navidad por el salitral, que alegre llegó, que alegre se irá, dejando a los pobres changos, mucha mezquina en el corazón”.

Zamba de Navidad, Ginette Acevedo.

La celebración de la Navidad es la demostración más palpable de como las potencias centrales han instalado los cánones de la dominación cultural en los países periféricos.

Hace 30, 40 o 50 años atrás la Navidad se conmemoraba con el Niño Jesús, el Pesebre, el arbolito. Desde hace décadas ese ritual fue reemplazado por Santa Claus o Papá Noel, un gordo bonachón arropado para soportar las gélidas temperaturas de esta estación en el Hemisferio Norte, que anda en trineo repartiendo regalos de Nochebuena en la nieve y desparramando “felicidad” entre los chicos que pueden recibir esos obsequios.

El capitalismo global lo reconvirtió en un fetiche del mercado. En las navidades contemporáneas Papá Noel se constituye en figura central del consumo, con costumbres, indumentaria y canciones que nada tienen que ver con aquellas celebraciones de cuando éramos pibes, más vinculadas a los hábitos de nuestra tierra, a cuestiones más sencillas y menos marquetineras, con vestimenta propia de la temporada estival, claramente influenciadas por la Iglesia Católica, cuyo predominio está hoy en día puesto en cuestión y relativizado por la multiplicidad de iglesias y sectas evangelistas y otros cultos.

Así las cosas, casi no se escuchan villancicos, no se ven los pesebres vivientes de otrora, los adornos de esta festividad poco a poco se fueron pareciendo más a la tradición nórdica de Papá Noel que a la del “Niño Dios” de NuestraAmérica. Y no se trata de rememorar con nostalgia los tiempos idos sino de dimensionar la profundidad del  colonialismo cultural en el seno de nuestra sociedad.

La colonización pedagógica es un fenómeno que no atañe únicamente a la Navidad. Con el respeto debido a los irlandeses -sobre todo a los combatientes contra la ocupación británica- hace unos años llegó a estas playas la celebración de San Patricio -patrono de ese país- los 17 de marzo. Identificada con el color verde, la conmemoración va de la mano de los pubs donde la cerveza corre a raudales y la noche se hace larga en una festividad que hasta no hace mucho tiempo nos era totalmente ajena. La colectividad irlandesa en nuestro país no es ni por asomo igual a la que existe, por ejemplo, en los Estados Unidos.

La lista no termina ahí. Todos los 31 de octubre se conmemora Halloween, también conocido como “Noche de Brujas”, una fiesta de origen pagano que años atrás no reconocíamos como parte del calendario de festividades autóctonas. También llegó del Norte. Se celebra principalmente en el mundo anglosajón: Estados Unidos, Irlanda, Canadá y Reino Unido.

La superestructura del poder hegemónico propicia una cultura de dominación que está en las antípodas de quienes bregamos por una cultura de liberación, abierta, popular y de debate permanente por el sentido de nuestra gente.

El Colectivo “Cultura Viva Comunitaria” que impulsa en nuestro país, entre otros, el compañero Eduardo Balan, expresa en sus postulados: “La bandera común es luminosa. Dice que hay una Cultura que se realiza todos los días en los barrios y territorios, por fuera del Mercado y sin pedir permiso a los gobiernos: se llama Cultura Comunitaria, y necesita ser protegida; la forman los centros culturales, bibliotecas populares, medios alternativos, grupos de teatro, circo, plástica o danza que florecen en cada lugar; son la clave de un modelo de desarrollo que ahora mismo involucra a los pibes, mujeres y abuelos en las comunidades y en el cuidado de nuestros hogares naturales. Son más de 200 mil procesos en todo el continente, dando color a las plazas y calles de nuestros barrios, prefigurando una política distinta, cercana, cotidiana. Por algo dicen que la Cultura Comunitaria no viene a ‘decorar’ la Democracia sino a transformarla de raíz. Y por eso dicen que si la UNESCO aconseja dedicar el 1% de los Presupuestos Nacionales a la Cultura en general, la décima parte debería asignarse a estas pequeñas iniciativas que le cambian la vida a la gente. Más del 25% de la población de la Argentina participa de alguna actividad de Cultura Comunitaria, según las estadísticas del mismo Gobierno que le recorta presupuestos”.

Tras la consigna “Civilización o Barbarie” se persiguió y demonizó primero al aborigen y al gaucho, después al peón, al “cabecita negra”, al obrero, al campesino, al estudiante, al intelectual, al ambientalista. Los dueños de la manija se han encargado de criminalizar sistemáticamente al sujeto histórico portador de un proyecto de transformación social.

Y en este punto, es clave confrontar la penetración cultural que ejerce el Imperio -a través de las usinas montadas por el cipayaje nativo- desde una visión cooperativa, solidaria, colaborativa.

He allí la batalla cultural de la hora: La que no sólo señala la injusticia de este modelo de hambre, despojo, explotación y saqueo, sino la que puede plantear, fortalecer y desarrollar una política que apunte a construir en nuestra Patria un nuevo Proyecto Nacional, Popular y Revolucionario.

Ilustración: Ricardo Carpani

*Periodista. Escritor. Congresal Nacional de la CTA Autónoma en representación de la provincia de Córdoba