La política y la hora del desaliento

Por Néstor Pérez*

Lanzada en busca del voto que la salve otra vez de tener que sufrir la intemperie como lo hacen los nadie, la dirigencia política toda dirime sus desacuerdos hacia afuera y hacia adentro de las estructuras, sin considerar que todos por igual estarán sentados como acusados ante el tribunal popular en los distintos compromisos electorales del año, esperando veredicto bajo los cargos de ineficiencia política, malversación de expectativas, mala praxis económica, ausencia de empatía con los sumergidos, voracidad por el cargo público, arrogancia intelectual, entre otros “delitos” no menos degradantes.

Mientras tanto, la pobreza es una llaga en el tejido social y la moneda nacional sucumbe como la madera al fuego. Estamos en una situación desesperada y desesperante, pero nadie parece dispuesto a concederle una chance al porvenir. Es el nuestro un país de marginados y de marginales.

“Toda la zona, como la mayoría del conurbano bonaerense y de las periferias urbanas de todo el país, está saturada de presencias agobiantes. Hay pobreza, falta de cloacas, no hay redes de agua potable, hay barro, changas precarizadas, asalariados pobres, paternidades borrachas, violentas y ausentes, hay maternidades adolescentes no deseadas, hay pedazos de escuelas rotas y salitas sin vacunas ni pediatras. Hay tanto roto que te cortás a cada respiro”, dirá Daniel Campione en su dramático retrato “Argentina: la democracia sufriente”. Uno deberá ser un cínico irrevocable o un malnacido sin cura para cruzar este diagnóstico con el clásico “eso es funcional a la derecha” o “estás alimentando la antipolítica”.

El espanto que causa a los informados el crecimiento de una bestia antropófaga como Milei o una mujer despiadada como Bullrich debería estimular la crítica hacia el último intersticio, el pliegue menos visible del sistema político, aún bajo la sospecha de que nada bueno pudiera salir de confrontar esquemas de ideas.

Pero así como la vacuna es parte de la enfermedad que se inocula en dosis controladas, la democracia tiene sus propios antídotos, organizando el control de daños, y aún más: devolviendo al pueblo el Poder del que deriva la autoridad; respetando sus dudas, aceptando sin reproches arrogantes sus yerros históricos, reparando la trama social destrozada por tanto embate de la desigualdad, honrando la representación en términos de presencialidad: haciéndose ver dónde hay un dolor añejo, una herida que sangra, una boca sedienta de alimento y justicia, aguantando las mil puteadas y proponiendo reparo, no pregonando paciencia ni tolerancia fútil.

La fragilidad del momento exige exprimir al máximo las ideas políticas de los sectores que ya tuvieron oportunidad de liderar procesos progresistas y que hoy navegan confundidos entre la espesura de la derrota.

Aún en momentos dramáticos como el de la Argentina actual hay que tomarse el tiempo para pensar una salida que no repita claudicaciones, que no entregue al enemigo lo que le fuera ya arrebatado, que no impugne trayectos autónomos en la toma de decisiones; quienes presumen de ser la vanguardia intelectual deben exigir este compromiso como que de ello depende la subsistencia de la Nación.

*Periodista. Secretario de Finanzas del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba (Cispren-CTAA)