Raquel Liberman: Coraje y dignidad

Los datos que se poseen sobre Raquel Liberman resultan algo inciertos, pero puede sostenerse que nace en Lodz, localidad de Polonia, hacia el 1902. Desde muy joven, sobrevive con su propio esfuerzo, dedicándose a tareas de costura. Casada en Polonia, hacia 1922, es madre de dos criaturas pequeñas cuando emigra hacia la Argentina. El fallecimiento de su esposo la hunde en la miseria, encontrando en el ejercicio de la prostitución el único medio de supervivencia propia y de sus hijos. “Es muy posible que Raquel llegara al prostíbulo –sostiene Mirta Schalom, autora de ‘La Polaca’, su biografía novelada- a través de su cuñada, que tenía un negocio de lotería y era integrante de la Zwi Migdal, red constituida por 2000 prostíbulos y 400 socios”.

Sobre esta organización, Eduardo Parise señala: “Parecía una estructura sólida. Su sede estaba en un palacio, al 3200 de la Avenida Córdoba, tenía un cementerio para sus socios, teatros propios con obras en idish y hasta una sinagoga. Inicialmente, cuando se fundó en 1906, se llamó Sociedad Israelita de Socorros Mutuos ‘Varsovia’… estructura mafiosa sostenida por policías corruptos, políticos venales y jueces amigos… Luego, cambió su nombre por ‘Zwi Migdal’”. Según algunos investigadores: “Migdal era el apellido de uno de sus fundadores (y Zwi equivaldría a Luis)… Otros dicen que respondía a la expresión ‘gran fuerza’ en idish… Los rufianes iban a Europa en especial Polonia y Rusia, para seducir chicas de entre 16 y 22 años… En los prostíbulos de la organización (El Chorizo, Las Esclavas, Gato Negro, Marita, Las Perras, con epicentro en Lavalle y Junín) las ‘polaquitas’ atendían a unos 50 clientes, de 4 de la tarde a 4 de la mañana, a la tarifa de dos pesos por cada servicio”.

Raquel forma parte de esas 3000 esclavas blancas cuya infame explotación ya había denunciado, en 1927, el periodista Albert Londres –luego misteriosamente desaparecido- en su libro “El camino de Buenos Aires”, de donde resultaba que la gran capital del sur era el centro –o uno de los centros- más importante de la prostitución en el mundo.

Pero esta muchacha de 27 años, con increíble coraje, se presenta ante la Justicia, en 1929, para denunciar a la Zwi Migdal como organización dedicada al tráfico y explotación de mujeres. La urdimbre de intereses locales y extranjeros, policiales, judiciales y rufianescos parece, al principio, tan poderosa e incólume que la denuncia puede ser considerada ridícula. Pero, al producirse el golpe militar del 6 de setiembre de 1930, la historia juega una de sus insólitas piruetas: Los hombres que han llegado al Gobierno se caracterizan por su nacionalismo reaccionario expresado no sólo en su admiración por el Duce, sino también por su cerrado anticomunismo y además, el más furibundo antisemitismo. Y resulta entonces que ese odio delirante y absurdo contra la colectividad judía –a pesar de las críticas que dicha colectividad manifestó contra la sociedad de rufianes- deviene en persecución a la Zwi Migdal. Se quiebra la alianza espuria de los rufianes con los jueces y éstos, el 27 de setiembre de 1930, hacen lugar a la denuncia de Raquel y dictan prisión preventiva a 108 integrantes de la Zwi Migdal. De este modo, “la polaquita” se convierte en la pesadilla de sus explotadores.

Si bien el poder del dinero logra, en enero de 1931, la liberación de los inculpados –probando que el “Uriburismo” es más sensible al poder financiero que a sus delirios antisemitas- esa denuncia aparece como el punto de partida de la declinación de la sociedad de rufianes. Durante algún tiempo, logran transitar el fango de la Década Infame –a tal punto que la misma Justicia que los reconoce como “asociación legal”, declara “asociación ilícita” a un grupo de trabajadores que solicita personería- pero el escándalo producido conduce a nuevas denuncias, como la del comisario Julio L. Alsogaray, en 1933, en su libro “Trilogía de la trata de blancas, rufianes, policía, municipalidad” y luego a proyectos legislativos de prohibición de la prostitución legal. A partir de 1936, la Ley Serrey prohíbe el infame negocio y éste pasa de la gran ciudad capital a los suburbios: Avellaneda y San Fernando son las sedes principales de los prostíbulos, las drogas y el juego en esos últimos años de la década del treinta.

Raquel ya había muerto, el 7 de abril de 1935, de un cáncer de garganta. Su insólita valentía había marcado, sin embargo, un hito y anticipaba los tiempos por venir, de la dignificación y de los derechos de la mujer. Aunque su nombre fue olvidado y ni siquiera las organizaciones feministas la han reivindicado como corresponde, el silencio fue roto, hace varios años, por un poeta:

No cualquiera se animaba / según los viejos nos cuentan / a toparse a la Migdal / allá por el año treinta…
Y sin embargo, hubo quien / se cruzó de andarivel / la habían traído de Polonia / y se llamaba Raquel…
Su ciudad de Lodz dejó / con corazón saltarín / y fue a parar a una casa / de Tucumán y Junín…
Para que nombrar sus noches / su llanto, su amargo pan / su vieja canción en idish / los golpes de su rufián…
Diez años estuvo allí / diez años de sufrimiento / diez años de rabia sorda / diez años que ni le cuento…
Hasta que una vez cansada / de tanta y tanta opresión / se echó el coraje a los hombros / y empezó su rebelión…
Que se pierdan en el viento / que ronda por mi ciudad / las coplas de una pupila / que nos dio la dignidad.

El poema se llama “Milonga de una mujer” y es el reconocimiento de un poeta silenciado –Humberto Constantini- a una luchadora social, también silenciada.

(N.Galasso, Los Malditos, Vol. I, pág. 105, Ed. Madres de Plaza de Mayo).

Fuente: www.pensamientodiscepoleano.com.ar