Todos somos sospechosos

Por Luján Agüero*

La inseguridad hace que vivamos en estado de indefensión permanente pero no sólo por parte de los ladrones sino también por parte de la Policía y de ciertas instituciones. El sábado me tocó sentir cómo se vulneraban mis derechos más mínimos e indispensables como ciudadano, el mío y el de mi hija de 6 años. Ese día salimos del CISPREN (Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba) porque habíamos estado festejando el Día de las Infancias. Fue una hermosa mañana en donde mi hija pudo disfrutar de juegos y regalos, pero esa alegría se disipó rápidamente.
Al salir del festejo nos dirigimos al Patio Olmos. La idea era atravesarlo y tomar un taxi por la Avenida Vélez Sarsfield. Al entrar al Olmos, fuimos a una tienda de ropa, ví dos remeras (las cuales ni siquiera toqué), y salimos. Seguimos caminando y fuimos a una librería que está en planta baja a comprar unos colores para mi hija. Al salir del comercio nos estaba esperando un policía. En donde me pidió que lo acompañara. Le pregunté qué pasaba, y sólo se remitió a decir que “lo acompañara”, le seguí insistiendo y su respuesta fue la misma.
En medio de la bronca por la respuesta y su mirada displicente, le volví a insistir y le digo si me estaban “acusando de robo”, e irónicamente me dijo que él no me estaba acusando de nada y que “tenía que acompañarlo”. Seguimos caminando y yo seguí insistiendo porque necesitaba saber qué estaba pasando y porqué me estaba obligando a ir a un determinado lugar a mí y a mi hija, de seis años, y su respuesta fue la misma. Llegamos a metros de la entrada de la Avenida Vélez Sarsfield, allí hay una escalera al lado de los ascensores. Atravesamos una puerta y me dice “espere ahí”. En ese momento comencé a mirar su nombre para saber quién, en forma autoritaria, me llevó a ese lugar sin ningún tipo de explicación y, hasta ese momento, sin ninguna acusación, y su respuesta fue: “Su mirada inquisidora no me intimida”.
Agarré el celular para llamar a una amiga que es abogada. Sentía que era un atropello a los derechos más elementales y quería asesorarme. Estaba yo junto a mi hija en una situación de total indefensión. Ahí se paró al frente y me gritó “guarde ese celular porque está en una requisa”. Recién ahí me enteré que estaba en una requisa, pero nunca me blanqueó porqué era esa requisa. Le grité y le dije que laburo 10 horas y que no me hace falta robar, y si algo no puedo tenerlo simplemente no lo tengo, que jamás robaría. Su contestación fue “y yo laburo un montón de horas y qué, ¿a usted le importa?”, y entendí que lo que le pudiera decir tampoco le importaría. Le tiré al piso la cartera y las camperas, le dije que las revisara, me dijo que no, estaba esperando una mujer policía. Me pidió el documento y anotó mis datos, y yo seguía mirando su nombre porque no quería que se me olvidara. Me volvió a repetir “su mirada no me intimida”. Mi hija lloraba y le decía “mi mamá no es una ladrona”, y él sólo se limitó a mirarla y siguió anotando mi datos.
Estuvimos en ese pasillo interminables minutos, tal vez 15 o 20, y agarré el celular nuevamente. Esta vez para hablar con Prensa de la Policía (trabajo en Canal 12 y en Radio Pulxo y tengo contacto con las personas que están en ese lugar). Mi objetivo era que apresuran la llegada de una mujer policía porque realmente quería salir de ese lugar. El policía se paró al frente y me volvió a gritar “le dije que guarde ese celular, está por ser requisada”. A los minutos llegó la mujer policía, y ahí pude enterarme de qué se me acusaba, no porque me le diga a mí, sino porque se lo dijo a su compañera. Se me acusaba de robar algo y ponerlo en el bolsillo de la campera.
La mujer policía buscó unos guantes (verla ponerse los guantes para requisarme fue para mí que nunca pasé por esto una escena de terror). Me “invitó” caminar unos metros y a pasar a una sala privada. Su objetivo era que mi hija se quedara afuera sola. Mi hija seguía llorando desconsoladamente por toda esa situación que estábamos atravesando. Y fue cuando les dije claramente “a mi hija no la dejo con nadie, ella va conmigo”. Pretendía separarme de mi hija dejándola con una persona totalmente desconocida que ya había vulnerado mis derechos. La mujer policía me indicó al lugar que debíamos pasar. Era una sala para urgencias médicas, mi hija se sentó en una silla, todavía estaba llorando y estaba con su mochila que se la puse entre sus piernas. Yo me paré al frente a una distancia de dos metros, y al costado una camilla. Allí la mujer policía me pidió que sacara todo de mi cartera. Así lo hice, vacié todos los bolsillos, dejé mi campera y el tapado de mi hija.
La mujer policía revisó uno por uno los bolsillos de la cartera, de la campera y del tapadito de mi hija. Cuando no encontró nada comenzó la otra requisa: esta vez era palparme el cuerpo, las partes íntimas, piernas, etc. Y fue en ese momento que rompí en llanto y en una crisis. Mi hija seguí llorando y era ella que me decía “mamá calmate”. Cuando terminó conmigo y vio que no había nada, siguió con mi hija, le requisaron su mochila. Al ver que ningu8na tenía nada, me devolvieron mi documento y me dejaron ir. Obviamente sin disculpas ni perdón, ni la más mínima explicación. Fue una acusación de no sé quién, sin cámaras de seguridad, sin una imagen, sin una alarma que sonara, sin nada.
Me sentí abusada, vulnerada, atropellada en mis derechos fundamentales (los míos y los de mi hija, lo repito porque en todo esto no estaba sola). Una acusación me despojó de mis derechos fundamentales, me dejó sin la posibilidad de saber de qué se me acusaba y sin la posibilidad de hacer una llamada. Como una delincuente. A los policías les repetía: “Laburo desde los 15, hice mi secundario trabajando, trabajé para pagarme los estudios y siempre trabajé y estudié. Trabajo desde las 8 hasta las 18, soy madre soltera, yo sola me hago cargo de mi hija. Mis viejos me enseñaron desde chica a trabajar y estudiar, y lo que no puedo tener no lo tengo. Nunca robé, y fue la primera vez que pasé por esta situación”.
Y sigo pensando porque ese atropello. ¿Tal vez fue portación de cara, me pareceré a una mechera? ¿Tal vez porque soy baja, morocha con sobrepeso le da el derecho a tratarme así porque creen que soy una ladrona?
Anoche no pudimos dormir casi nada ni mi hija ni yo. Cuando me dormía volvía a revivir ese lamentable momento, y mi hija cuando se dormía repetía “mi mamá no es una ladrona”.
Todos somos sospechosos en este estado de inseguridad permanente en que vivimos, y lo más lamentable que parece que la sola sospecha hace que pierdas todos tus derechos, hasta el más fundamental de saber de qué se te acusa.
*Productora de noticieros de Canal 12 y Radio Pulxo