Ana Becerra: La mediación de 1998 y Gabriel Chalita

Por Jesús Chirino*

Nuestra provincia tuvo su primera Ley de Mediación, la 8.858, en junio del año 2000. La semana pasada publiqué el uso de este novedoso recurso, que se utilizó en 1998 para la solución de un conflicto entre alumnos y autoridades escolares del IPEM 275. Una de las mediadoras que participaron fue la abogada Ana Becerra, quien cuenta detalles del proceso y recuerda la figura de Gabriel Chalita, fallecido el 20 de diciembre de 2001, mientras realizaba tareas solidarias en medio de la crisis de aquel final de año tan convulsionado en nuestro país.

Formada para la mediación

Ana, profesional con una extensa labor en la función pública, en la actualidad preside el Consejo Social de la Universidad Nacional de Villa María, participa del Comité de Ética de la misma casa de estudios y continúa ejerciendo la mediación.  A sus cuarenta años, estando casada y con hijos, comenzó a estudiar abogacía. Trabajaba y viajaba a la ciudad de Córdoba, “con amigas que estaban en la misma condición. Por lo tanto, nuestras miradas y  experiencias eran bastante diferentes a los jóvenes de dieciocho años que eran nuestros compañeros de estudios”. Cursando Derecho Procesal, con el profesor Cafferata Nores, preguntó por qué solo les enseñaban a litigar, si no había otra posibilidad; “esa fue la primera vez que escuché la palabra Mediación. Nos contó que en Estados Unidos se estaba implementando”.

Ya recibida de abogada, cursó el postgrado sobre mediación dictado en el Colegio de Abogados de Villa María, con profesores que viajaban desde Buenos Aires “Córdoba aún no tenía ley, por lo tanto, el primer título de esa cohorte fue de Buenos Aires; años después volvimos a rendir para validar títulos”.

La mediación como posibilidad

En el año 1998, recién recibida, una tapa de El Diario la impactó: “una foto ocupaba toda la portada y se veía a los alumnos del ex-Colegio Nacional en la calle, quemando cubiertas y los directivos, dentro del establecimiento, totalmente enfrentados”. Ana, egresada de ese establecimiento, se angustió con la noticia: “Sin dudarlo, hablé telefónicamente con la directora Nuna Maggi. Le expliqué brevemente qué era la mediación y le ofrecí intervenir para ayudarlos. Me contestó que me agradecía, pero no podía permitir que los alumnos entraran a hablar e imponer condiciones”. La historia no terminó allí, dos horas después, la directora se contactó por teléfono, lo había consultado y accedió a escuchar de qué se trataba.

El conflicto se había producido porque la Dirección, a principio de año, había autorizado la realización de carrozas para el festejo del Día del Estudiante. Pasado el receso de invierno se anuló el permiso porque el Ministerio de Educación, a raíz de algunos hechos desgraciados sucedidos en un viaje de estudios, donde falleció un alumno, no quería hacerse responsable de actividades fuera del establecimiento. Los alumnos comenzaron a defender sus derechos y el conflicto fue escalando hasta hacerse público por los medios de prensa. El estudiantado quería tomar el establecimiento y los directivos amenazaban con sanciones que iban desde amonestaciones hasta la suspensión del baile de egresados.

Ana continúa con su relato diciendo: “Entonces, estaba en el Concejo Deliberante y llamé a las mediadoras para que me acompañaran.  Rápidamente respondieron Patricia Marsili, Graciela Valle, y Silvia Usher. Con ellas, en un acto de arrojo, porque además  de ser nuevas en esta profesión nos enfrentábamos a una mediación multipartes complicada”.

Mirar desde otro lugar 

Cuando las cuatro mediadoras llegaron al colegio recibieron miradas de desconfianza de los alumnos, “porque decían que estábamos de parte de los adultos; los adultos (profesores y directivos), convencidos de que íbamos a estar a favor de los alumnos”. Ante el requerimiento para que explicaran la mediación, las profesionales les dejaron en claro que todas las partes debían recibir la información y era algo que no se podía hacer por separado, “en un aula inmensa, con los profesores y directivos de un lado y, por otro, la misma cantidad de alumnos representantes de los cursos, comenzamos la larga explicación de quiénes éramos, qué hacíamos, qué ofrecía la mediación y por qué era la mejor herramienta para tratar ese conflicto. Fuera de esa sala, el resto de los alumnos de la institución esperaban las noticias que cada media hora les llevaban sus representantes para ir conociendo lo que se hablaba”.

Lentamente, se fueron relajando las resistencias y cayendo las barreras; “se comprendió que había  un bien superior a proteger”: la institución. Becerra señala: “Trabajamos 3 días intensos y emotivos. Avances y retrocesos. En determinado momento, y ante posiciones tan cerradas que no querían ceder, propusimos cambios de roles. Los profesores se cambiaron de lugar y se convirtieron en alumnos de los distintos cursos y los estudiantes pasaron del otro lado de la mesa y se convirtieron en docentes y directivos que debían justificar sus posturas, y en esa danza maravillosa de representar a jóvenes con sus sueños, los docentes se emocionaron y recordaron sus vivencias y sus ganas de festejar el Día del Estudiante y tener su baile de egresados, y los alumnos pudieron visualizar en su rol la responsabilidad de proteger a la institución y sus docentes”. Luego del proceso se llegó a un acuerdo satisfactorio para las partes.  Ana comenta que esta experiencia de mediación “se convirtió en una Ponencia de Mediación Educativa en el Congreso Mundial de Mediación y Arbitraje de Panamá, en el año 1999”.

Gabriel Chalita

La mediadora recuerda aquello con mucha emoción: “Llegó el día de los festejos, se podía sentir la alegría, la emoción, ahí estábamos viendo pasar las carrozas. Todos acompañaban, reían, aplaudían y sentían que habían defendido a “su” colegio con el amor y la responsabilidad que requería la situación. De pronto, de una carroza bajó un Diablo, alto, sonriente y feliz. Me abrazó fuerte y me levantó del suelo, me dijo gracias y se subió corriendo con sus compañeros. Era Gabriel Chalita, presidente del Centro de Estudiantes”.

Fue en el colegio donde Ana conoció al dirigente estudiantil: “Se destacaba claramente de sus compañeros de año, seguramente tenía uno o dos años más que el resto”. Primero, había visto con desconfianza la presencia de las mediadoras, pero luego “tuvo un rol fundamental al frente de sus compañeros, escuchaba, consultaba y los defendía en cada uno de sus reclamos”.

Cuando le pido que lo describa, se nota que lo tiene muy presente: dice que era “alto, de cabello largo, mirada firme y algo desafiante, de ese tipo de personas que saca el pecho al caminar y parece desafiante. Sin embargo, no solo defendió sus posturas, entendió que había una salida al conflicto”.

El militante

Al año siguiente, Ana volvió a cruzarse con Gabriel: “Ese joven que yo conocí se había convertido en dirigente social, participaba con la juventud peronista en distintos barrios y era un clarísimo conductor de ideas claras y muy ejecutivo de las políticas sociales. Para todos nosotros ya era Chalita, su apellido se convirtió en el nombre de ese joven sensible, solidario, compañero, empático y siempre sonriente”.

Desatada la crisis de 2001, el 20 de diciembre, “ese día tremendo para la historia de la democracia argentina, en nuestra ciudad llovía copiosamente, se había solicitado a los supermercados locales que colaboraran con mercaderías, para hacer bolsones para los más necesitados y evitar desmanes en los comercios. En un gran galpón se recibían las mercaderías y se armaban grandes bolsas, llegaban en camiones y había una cinta transportadora que acercaba los paquetes. Chalita, totalmente empapado por la lluvia, estaba al lado de la cinta cuando un rayo cayó en el lugar”.

Las calles de la ciudad estaban inundadas, “el país estallaba, era casi imposible llegar al viejo Hospital Pasteur; sin embargo, ahí estábamos todos, jóvenes y viejos, militantes y vecinos, en la sala, abrazados, esperando la noticia más triste, más dolorosa, inexplicable, la muerte de Chalita, un dirigente social muy joven que dejó su huella”. El dirigente político juvenil había sido muerto por la fatalidad  en medio de una crisis producida por quienes habían arrastrado al país a una situación límite.

*Docente. Periodista. Secretario General de la Unión de Trabajadores de Estados Municipales (UTEM-CTAA). Secretario Gremial de la CTA Autónoma Regional Villa María

Fuente: www.eldiariocba.com.ar