El 12 de noviembre de 1863 moría asesinado el caudillo riojano General Ángel “Chacho” Peñaloza luchando contra el centralismo del entonces presidente Bartolomé Mitre, quién había desarrollado una política de alianzas con los sectores conservadores del interior a fin de subordinar las provincias a los intereses porteños. Esto provocó numerosos levantamientos armados. En junio de 1863, Peñaloza fue derrotado por el ejército nacional. El caudillo huyó entonces a Los Llanos, en La Rioja. Más tarde invadió San Juan, pero el coronel Irrazábal lo derrotó en Los Gigantes. Peñaloza volvió a refugiarse en Los Llanos y, pese a que se rindió, fue asesinado por Irrazábal quien hizo que sus soldados lo acribillaran a balazos. Su cabeza fue cortada y clavada en la punta de un poste en la plaza de Olta.
Transcribimos a continuación un fragmento de libro Los Mitos de la Historia Argentina 2, adaptado para El Historiador.
El país estaba dividido. Mientras el Estado de Buenos Aires prosperaba disfrutando en forma exclusiva de las rentas aduaneras, la Confederación languidecía sin poder desarrollarse por falta de capitales.
Tras casi 10 años de negociaciones y enfrentamientos, las fuerzas porteñas, encabezadas por Mitre se impusieron a las de la Confederación, comandadas por Urquiza, en la batalla de Pavón el 17 de septiembre de 1861, un combate dudoso y confuso del que Urquiza retiró sus tropas casi sin pelear.
En mayo de 1862, se reunía un nuevo congreso nacional que legitimará la situación de Mitre confirmándolo como encargado del Poder Ejecutivo Nacional. Se convocó a elecciones nacionales y triunfó la fórmula Bartolomé Mitre y Marcos Paz, que asumió en octubre.
Mitre se propuso unificar al país. Lo hizo a través de diferentes medios. Creó una moneda nacional única (en algunas provincias se usaban hasta cuatro monedas distintas), un organismo nacional para que recaudara los impuestos en todo el país. Difundió la educación primaria y secundaria, lo que fomentó la unificación de la enseñanza según los contenidos y valores que le interesaba transmitir a la clase dirigente porteña. Finalmente, creó un ejército nacional que tuvo como primera misión reprimir los levantamientos populares del Chacho Peñaloza y Felipe Varela, que representaron la última resistencia del interior a la política de Buenos Aires.
La Argentina aceleró a partir de este momento su incorporación al mercado mundial como exportadora de materias primas (cereales, lana, carne y cuero) e importadora de productos elaborados (muchas veces con nuestras lanas y carnes). Nuestro principal comprador y vendedor seguía siendo Inglaterra, que siempre tendrá un saldo a su favor porque las manufacturas siempre son más caras que las materias primas. Los ingleses realizarán inversiones en ferrocarriles que serán generosamente garantizadas por los sucesivos gobiernos argentinos.
En estas circunstancias, asumió Sarmiento la gobernación de San Juan. A poco de asumir dictó una Ley Orgánica de Educación Pública que imponía la enseñanza primaria obligatoria y creaba escuelas para los diferentes niveles de educación, entre ellas una con capacidad para mil alumnos, el Colegio Preparatorio (más tarde llamado Colegio Nacional de San Juan) y la Escuela de Señoritas, destinada a la formación de maestras.
Sarmiento no paraba de hacer cosas. En sólo dos años cambió la fisonomía de su provincia. Abrió caminos, ensanchó calles, construyó nuevos edificios públicos y hospitales, fomentó la agricultura y apoyo la fundación de empresas mineras. Y para no aburrirse, volvió a editar el diario El Zonda.
Sin embargo, las provincias continuaban sufriendo las consecuencias de una política que privilegiaba los intereses del puerto de Buenos Aires por sobre los del resto del país. La llegada masiva de productos importados terminó por liquidar lo poco que quedaba de las industrias locales. La desocupación era enorme y casi la única posibilidad de empleo la ofrecían los nuevos puestos de la administración nacional creada por Mitre. Fue creciendo de esta forma un sector de empleados públicos cuya suerte estaba atada a la de los diferentes gobiernos, lo que garantizaba a los partidos gobernantes los votos de los empleados públicos de todo el país.
En 1863 se produjo en la zona de Cuyo el levantamiento del Chacho Peñaloza. Antes de lanzarse a la lucha, el Chacho le escribía al presidente Mitre: “Es por esto señor Presidente, que los pueblos, cansados de una dominación despótica y arbitraria, se han propuesto hacerse justicia, y los hombres, todos, no teniendo más ya que perder que la existencia, quieren sacrificarla más bien en el campo de batalla, defendiendo sus libertades y sus leyes y sus más caros intereses atropellados vilmente por los perjuros. Esas mismas razones y el verme rodeado de miles de argentinos que me piden exija el cumplimiento de esas promesas, me han hecho ponerme al frente de mis compatriotas y he ceñido nuevamente la espada, que había colgado después de los tratados con los agentes de V.E. No es mi propósito reaccionar al país para medrar por la influencia de las armas, ni ganar laureles que no ambiciono. Es mi deber el que me obliga a sostener los principios y corresponder hasta con el sacrificio de mi vida a la confianza depositada en mí por los pueblos”.
El gobernador Sarmiento decretó el estado de sitio y, como coronel que era, asumió personalmente la guerra contra el caudillo y lanzó la siguiente proclama: “Conciudadanos: Peñaloza se ha quitado la máscara. Desde la estancia de Guaja, secundado por media decena de bárbaros oscuros, que han hecho su aprendizaje político en las encrucijadas de los caminos, se propone reconstruir la República sobre un plan que él ha ideado, por el modelo de Los Llanos. Bajo su dirección e impulso, estas provincias serán luego un vasto desierto, donde reinen el pillaje, la barbarie sin freno, y la montonera constituida en gobierno. No es un sistema político lo que estos bárbaros amenazan destruir. Es todo orden social, es la propiedad tan penosamente adquirida, toda esperanza de elevar a estos pueblos al goce de aquellas simples instituciones que aseguran a más de la vida, el honor, la civilización y la dignidad del hombre. Conciudadanos: Vosotros conocéis La Rioja, donde han imperado por años hombres que eran todavía algo más adelantados que Chacho. Es hoy un desierto poblado por muchedumbres que sólo el idioma adulterado conservan de pueblos cristianos. Habéoslo visto en 1833 en San Juan, incendiando inútilmente las propiedades y robando cuanto atraía sus miradas para cubrir su desnudez y saciar sus instintos rapaces. Tendráis otra vez a esas chusmas en San Juan, no sólo para robaros vuestros bienes, sino para hacerse de medios con que llevar la guerra y la desolación a otros puntos de la República. Vuestras mercaderías, vuestras mulas, vuestros caballos, vuestros ganados, vuestros trabajadores, vuestro dinero arrancado por las extorsiones y la violencia, son el elemento con que cuentan para llevar adelante sus intentos salvajes, porque mal los honraríamos con llamarlos planes de subversión. San Juan, por la cultura de sus habitantes, por la posición que ocupa en esta parte de la República, tiene algo más que hacer que defender sus hogares y su propiedad. Débelo a la patria común, a la dignidad humana, salvar la civilización amenazada por estos vergonzosos levantamientos de la parte más atrasada de la población que quisiera entregarse sin freno a sus instintos de destrucción. San Juan reducido a la barbarie, San Juan saqueado, San Juan gobernado por el Chacho y sus asociados, desaparecerá del mapa argentino el día en que se aprestaba por sus propios recursos, por su propia industria y esfuerzo, a contarse entre las provincias más adelantadas y ricas de la República. […] Conciudadanos: A las armas y que San Juan sea un ejército, un baluarte contra la barbarie, y ejemplo para todos los pueblos argentinos. Esto es lo que espera de vosotros vuestro compatriota y amigo D.F. Sarmiento”.
Los coroneles de Mitre, enviados a reprimir al pueblo riojano, no salían de su asombro sobre los niveles de miseria de aquel pueblo y valentía del Chacho y su gente: “No sé, señor, de qué palabras valerme para hacerle una descripción que pinte con bastante verdad la provincia de La Rioja y temo parecer exagerado. Bástele, señor, saber que aquí no han conocido nunca un médico y que la mujer del ex gobernador es oída como un oráculo porque es la única ‘médica’ que hay en La Rioja toda”.
El Chacho, tras rendirse al mayor Irrazábal, fue cobardemente asesinado en presencia de su familia. Los que combatían la barbarie expusieron su cabeza en una pica en la plaza de Olta, en La Rioja, durante varios días.
Poco después del cobarde crimen, el “padre del aula” y “guía de la niñez argentina”, el que había escrito “las ideas no se matan”, le decía a Mitre: “No sé lo que pensarán de la ejecución del Chacho. Yo inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados aquí he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses. ‘Murió en guerra de policía’, ésta es la ley y la forma tradicional de la ejecución del salteador”.
Fuente: Adaptación para El Historiador del libro de Felipe Pigna Los Mitos de la Historia Argentina 2, Buenos Aires, Planeta. 2004
Fuente: www.elhistoriador.com.ar