Hacia la construcción colectiva de la Democracia real

Por Marta Maffei*

Pocas cosas nos han costado tanto a los argentinos como alcanzar un proceso político estable, sin interrupciones militares, elecciones libres, mandatos concluidos. Hasta hace unas pocas décadas era solo una esperanza, hoy sentimos que hemos avanzado en la dirección correcta,  todavía doloridos por el inmenso costo social que debimos pagar para lograr este primer escalón de vida institucional.

¿Todo funciona como lo soñamos? Seguramente no. En muchísimos aspectos la democracia se ha banalizado. Los procesos electorales se van consolidando en simultáneo con una exasperante inercia política desarrollada en el marco de un estrecho posibilismo que formatea una República sin vigor, de acotada soberanía popular y muy poca autodeterminación.

La eterna Deuda Externa como instrumento de control,  nos recorta, nos somete tanto que lo primero que ratifican los candidatos a uno y otro lado de la grieta es la “incuestionable” voluntad de pagar y simultáneamente abrirse  a las “inversiones” plagadas de condicionamientos para facilitarles el saqueo de nuestros bienes comunes, la usurpación de nuestras tierras, las de nuestros pueblos originarios y criollos cada vez más empujados a urbanizaciones hostiles donde lo único que crece es el hambre, la exclusión y  la pérdida de derechos sociales, laborales y humanos más elementales .

Las políticas de fondo: Distribución del ingreso, fin del hambre, empleo, justicia social, producción limpia,  remediación, acciones concretas para atender el calentamiento global, acuerdos nación-provincias para avanzar en materia normativa hacia un nuevo marco político institucional y económico que le dé efectiva vigencia al derecho, al federalismo… y tantas otras cuestiones, van engrosando las declaraciones pero carecen de ámbitos plurales de debate, como herramienta privilegiada para la construcción de consensos. Todo confluye a diluir la eficacia de las democracias formales, débiles de sustancia en las que la corrupción no es el único mal.

La democracia habilita a todo el mundo a participar, a expresarse, a protestar, particularmente cuando desde la política no se garantizan los derechos elementales o se habilitan procesos de riesgo y modos de explotación y saqueo sin consideración alguna a las objeciones sociales, sin participación decisoria, ni consulta vinculante a los directamente afectados.

Sin embargo, desde la política y el establishment, hay un expreso anhelo de ver las calles liberadas del reclamo social y es posible que sectores sociales, comunicadores y opinólogos coincidan en pronunciarse sobre cuales deberían ser las estrategias defensivas de los trabajadores, desocupados, hambrientos, mujeres, jóvenes, pueblos condenados a soportar los peores procesos extractivos, para reclamar una y otra vez por la violación de sus derechos,  la falta de consulta y el reiterado incumplimiento de las leyes que los amparan.

En esto, como en otros temas las miradas no son unívocas. Hay quienes opinan sin saber y quienes guardan silencio cuando debieran pronunciarse. Hay quienes procuran soluciones y quienes manipulan para comprar el silencio.

Pero en todo caso no conozco mejor respuesta que el funcionamiento efectivo de la democracia: La consulta directa a los afectados, la convocatoria a quienes están en deuda con las respuestas (a veces desde hace años), la explicitación fundada de  los intereses en disputa, la honesta valoración de urgencias y necesidades y la construcción de los mejores consensos posibles para avanzar en las soluciones concretas sin daño, sin violencia, sin “costos indeseados” ni  “zonas de sacrificio”.

Reiteradamente hemos visto que el funcionamiento efectivo de la democracia participativa permite otorgarle voz a los sin voz, poner sobre el tapete las reales vicisitudes de nuestro pueblo, promoviendo nuestra creatividad, buscando alternativas, privilegiando a los más débiles, sacudiéndonos el autoritarismo y la soberbia de creer que un caudal más o menos significativo de votos nos habilita a postergar una y otra vez las urgencias de los excluidos o a imponerles decisiones construidas exclusivamente desde los intereses económicos de los sectores dominantes.

Esta adquirida estabilidad institucional necesita con premura evolucionar hacia formas crecientemente significativas de inclusión, de escucha, de ética social hacia el funcionamiento contundente de una efectiva y vinculante participación social. Es un paso que Argentina ha postergado largamente y que probablemente sea también una de las causas de la histórica inestabilidad política.

El movimiento feminista señala con buen criterio y cuestiona el machismo, el patriarcado y el paternalismo como males a revertir aunque algunos sectores siguen añorando un Estado paternalista. Firmemente las compañeras nos marcan la necesidad de crecer, ser adultos plenos capaces de crear otros paradigmas de vivir centrados en los derechos, la ética del cuidado y el respeto a la diversidad. Saben que cualquier sistema patriarcal implica distintas formas de dominación. Por eso incentivan la participación informada y decisiva como el camino más promisorio  para decidir sin autoritarismo y sin patriarcado.

Los jóvenes se organizan en múltiples movimientos internacionales señalando la inmensa y acelerada crisis socioambiental derivada de las formas de producción y consumo crecientemente contaminantes. Una insidiosa acción humana que ha puesto a todos los seres vivos al borde del colapso en especial por el efecto invernadero que conduce al calentamiento global creciente que rematamos con la inacción política. Demandan participación para promover la conciencia social y dinamizar la acción gubernativa

Nuestro pueblo viene desplegando múltiples estrategias de resistencia que le han puesto freno al descarnado neoliberalismo extractivista de los últimos años, y ha corroborado en las urnas la demanda de cambios.

Hemos crecido en madurez y compromiso pero necesitamos mayores y mejores espacios de participación ciudadana para visibilizar las problemáticas, para buscar alternativas, para construir los consensos que en simultáneo, sostengan la gestión política de los necesarios cambios y permitan atender las demandas sociales sin forzarnos a estar cada día generando nuevas estrategias de resistencia a los hechos consumados.

Cuando los gobernantes no comprenden el verdadero hartazgo social que van generado las enclenques democracias de oídos prestamente abiertos para las exigencias de la banca y del negocio saqueadores, las sociedades de Nuestramérica encuentran los caminos para hacerse oír.

Depende de los funcionarios electos la decisión de escuchar en las calles las demandas excluidas o promover  la creciente implementación de formas institucionales para oírlas: Audiencias públicas, consulta vinculante, respeto a las decisiones sociales, democracia participativa.

Nadie va a dejar la lucha en las calles si no se abren espacios genuinamente democráticos para hacerse oír.

Es tiempo de bajarse de la soberbia y creer que un resultado electoral es un pase libre para habilitar las políticas con el pueblo como espectador

Ojalá seamos capaces.

*Docente. Ex Secretaria General de CTERA. Ex Secretaria Adjunta de la CTA. Diputada Nacional (MC). Dirigente Nacional de Unidad Popular (UP)