Hospital Neuropsiquiátrico de Córdoba: El silencio no es salud (Parte 1)

Por Gastón Lippi para La tinta

Lo más terrible que habíamos profetizado se cumplió, postales acompañadas de un mórbido abandono y efímeras alegrías en las paredes. Recorremos, junto al médico psiquiatra Gastón Vacchiani, Secretario General de la Unión de Trabajadores de la Salud de la Provincia de Córdoba (UTS-CTA) las instalaciones del Hospital Neuropsiquiátrico de Barrio Juniors. Lo peor del olvido que atraviesa es el permanente silencio que perdura entre quienes conviven sus pasillos, casi un gesto de desesperanza frente a la terrible situación de un centro de salud público oculto bajo la sombra del Panal, apenas al cruzar el río sobre la calle León Morra y Bahía Blanca, a menos de doscientos metros de la ventana del gobernador.

“No puedo hacer más, discúlpeme”, reitera el Dr. Vacchiani a una de las pacientes que entró rota en llanto a la guardia. Luego de despedirla, mira hacia la oficina de ingreso y se detiene por un cartel que han pegado en el vidrio. La atención médica se redujo en forma drástica, en los últimos dos años es el único caballito de batalla del hospital como medida de fuerza frente la escasa respuesta de la Dirección de Salud Mental de la Provincia. “La falta de personal se torna muy crítica en todas las áreas, tanto de profesionales como administrativos o maestranzas”, señala el médico y nos pide que lo acompañemos a conocer el lugar.

Mientras atravesamos un pasillo cubierto de humedades que separa el ala nueva de aquella fundada en 1890, Vacchiani nos comenta que, en los últimos 4 años, el presupuesto provincial de salud se ha reducido casi un veinte por ciento, sumado a que se eliminaron más de setecientos cargos. Pero el deterioro social ha generado un aumento exponencial del ingreso a hospitales públicos. La pérdida de obras sociales, las situaciones de desempleo y la angustia generada por el actual contexto de crisis reavivan los fantasmas del 2001. El martillazo del conflicto social exige mejores condiciones, la migración creciente hacia la salud pública indica que, al menos, deben cumplirse prestaciones mínimas, pero, de la teoría a la práctica estatal, hay un Suquía de distancia y, si el tema no incomoda, el problema desaparece.

 


“Hay tres médicos durante el día y, con suerte, quedan dos durante la noche para cubrir toda la demanda de la guardia y el internado. Incluso, hay un solo trabajador de mantenimiento para el hospital”, insiste el psiquiatra que, además, ejerce como delegado gremial en la Unión de Trabajadores de la Salud (UTS).


A finales de enero, el Neuro se estremeció por el suicidio de un paciente, los medios locales comentaron el hecho y la magnitud de la situación pasó desapercibida por el común de la gente. Tras la alfombra de la indiferencia, los trabajadores del hospital afirmaron que, aquella noche, sólo hubo una médica de guardia y que, además, trabajaba bajo la condición del monotributo. La puja interna del Neuro, por el pase a contrato o planta permanente, ha logrado, en los últimos tres períodos, la regularización de distintos empleados. Pero Vacchiani comenta que todavía continúan enfermeras bajo esa condición. “Son compañeras que tienen un salario de 16 mil pesos y hacen más de treinta y cinco horas semanales, no tienen vacaciones ni carpetas médicas ni aguinaldo, ningún derecho laboral”, luego, saluda a una de las encargadas de maestranza que limpia el cántaro de agua que nace del techo.

No hay nadie en sala de espera de los consultorios internos, una hilera de bancos de madera ocupan el centro del espacio bajo el ruido del tablero eléctrico. Por los pasillos aledaños, ingresa una ventisca helada que golpea las paredes viscosas y manchadas, arrugadas por las manos de pintura que intentan desprenderse del revoque a cuestas. Hay un pequeño interludio rodeado de habitaciones improvisadas consultorios, “son bastante malos”, insiste el psiquiatra parado al lado de la escalera que lleva a hacia un recóndito sótano. Antes de salir al patio, que introduce al internado, Vacchiani comenta que hoy los turnos que se dan son un “cuello de botella”, los pacientes, al salir de la consulta, buscan coordinar un día para ser atendidos al mes próximo, pero no hay disponibilidad. Esto se suma a que regresa a solicitar medicación y, ante la escasez de turnos o recursos farmacológicos, el tratamiento se interrumpe. El inconveniente es que, a diferencia de patologías clínicas menores, los tratamientos psiquiátricos requieren de una continuidad que viene siendo deficiente. “La falta de personal se nota ahí”, lamenta.

Ingresamos al primer sector que frecuentan los pacientes con padecimientos mentales internados. La galería abierta sostiene con numerosas y pequeñas columnas romanas un primer piso, ahí están las aulas donde se dictan los diferentes talleres de rehabilitación. Esta parte se esconde detrás de una cochera para vehículos oficiales, rodeada de rejas, candados, más humedades y una obra en construcción a medio terminar. En el seno de la obra, los pacientes han intervenido un árbol con pequeñas piezas artesanales que cuelgan de las ramas descubiertas. A la par, han pintado a mano fragmentos de un libro de Galeano: “Si el mundo está, como ahora está, patas arriba, ¿No habría que darlo vuelta para que pueda pararse sobre sus pies?”.

Vacchiani cuenta que este espacio es una parte trascendental del hospital, quizás, la más importante, conocida como La Rampa. El lugar ha sido apropiado por los pacientes y diferentes organizaciones sociales para germinar instancias de acompañamiento terapéutico mutuo, un rincón donde nacen las intervenciones artísticas que perduran en el rostro del Neuro.

Abracadabra es la principal organización que se encarga de coordinar, durante la semana, este espacio de acercamiento cultural. “En los últimos tiempos, se ha podido dar continuidad a estos talleres por el acto voluntario de quienes los arman. No hay ningún tipo de presupuesto. El hospital, por ahí, apoya con un psicólogo o enfermero, pero si no fuera por la autogestión de los estudiantes, voluntarios y los propios pacientes que se organizan, no podría funcionar”, insiste el médico y señala hacia la extensa rampa repleta de murales que bautiza al lugar.

“Padre, perdona a los psiquiatras, no saben lo que hacen”

La frase encabeza a un inmenso Jesucristo con jeringas clavadas en sus manos, está pintado en el seno del patio. Nos impacta al salir, la intensidad de la pintura conmueve a cualquier persona, nos inquieta y, casi de inmediato, reafirma una profunda empatía que estábamos latiendo. La obra fue realizada durante la estadía de un paciente que hoy se encuentra en el Hospital José Borda de Buenos Aires. Entre las huellas de las grandes humedades, intentan perdurar otros murales, uno de ellos festeja el aniversario de “Radio Los Inestables”, proyecto que inició hace seis años por la iniciativa de un equipo voluntario e interdisciplinario de psicólogos, comunicadores y acompañantes terapéuticos.

Al cruzar el patio, dos pacientes conversan sentados bajo un quincho al aire libre que tiene un asador en desuso. En sus pies, hay una botella de soda con un paquete de galletas abierto, parece ser algún regalo porque lo miran con recelo. A pesar del frío, tienen sus brazos desnudos y esconden las manos en los bolsillos de los pantalones para hacerlo llevadero. Detrás, se extiende una cancha de fútbol cubierta de tierra y algunas champas de pasto que no soportaron, como ellos, los inviernos. Desde el centro de la cancha, puede verse la cara externa de la cocina y los otros bloques. Las paredes están devastadas por la poca manutención y los estragos de la lluvia. Apenas logran identificarse los intentos de los pacientes por transformar con sus pinturas las fachadas, es inevitable cómo el deterioro muestra los esqueletos de ladrillos.

Todo parece descascararse, ennegrecerse y caer a pesar de los esfuerzos. Una vieja bicicleta fija funciona como ténder para una toalla, hay otras dos escondidas a lo ancho del predio, los escombros se desprenden del techo y el yuyo que no escatima enredarse por los pedales. Vacchiani comenta que eran utilizadas para fisioterapia, hoy el área está por desaparecer, es un anexo donde sólo queda una persona a cargo que se está por jubilar.

La situación es frecuente, los espacios se vacían por el retiro de alguien y no son cubiertos, por ende, se extinguen. “El hospital siempre está tensionado con la cuestión del personal, hay como un ajuste a cuenta gotas”, asegura.

(Imagen: Belén Liendo)

Imágenes: Belén Liendo.

Fuente: www.latinta.com.ar