La Forestal

Por Alejandro Jasinski

Hace más de un siglo, los extensos dominios de La Forestal se vieron sacudidos desde abajo, cuando las clases trabajadoras del norte santafesino dijeron basta a dos décadas de intensa explotación laboral y despótico control. La violenta reacción de la empresa y del estado provincial contribuyó a un modelo de violación de derechos humanos que se haría extensivo hacia otras regiones y en el tiempo.

Hace 103 años, los pueblos de la cuña boscosa del norte santafesino se rebelaron contra La Forestal, una compañía británica que explotaba tierras, maderas y ferrocarriles. No fueron sólo hacheros u obreros rurales. Tampoco sólo los trabajadores de las fábricas, aunque su rol fue central. Fue una rebelión que contó con la participación de todas las familias, mujeres, obreros, obreras, empleados y empleadas, comerciantes y gente suelta. Organizaron los sindicatos y luego de sucesivas huelgas parciales, presentaron un largo pliego de condiciones: reclamaban mejor vida, trabajo digno y más respeto de parte de las jerarquías empresariales. Tenían el apoyo de las grandes federaciones obreras. La “gran huelga” de fines de 1919 fue violenta. La empresa usó sus guardias privadas. El gobierno de la provincia envío fuerzas de seguridad y el gobierno nacional hizo lo propio con el Regimiento 12 de Línea, que integraba el joven teniente Juan Perón.

Ganaron. Entonces se inició la lucha más acuciante, con el objetivo de que la empresa cumpliera con los derechos conseguidos. Sin embargo, el gobierno provincial y la compañía reaccionaron de la peor manera. No consiguieron el asiento permanente del ejército, pero crearon por decreto una policía montada especial, una Gendarmería Volante que, como admitió su jefe más tarde, se integró con “malos elementos”. La Forestal pagó hasta la última bala y montura de esta fuerza criminal. Al mismo tiempo, llevó adelante un lockout, cerrando las fábricas. Desorientados, desocupados y perseguidos, grupos obreros ganaron el monte. Anarquistas y sindicalistas revolucionarios discutían desde fines de 1920 sobre cuál era el camino a seguir. La brutal reacción de la burguesía se hacía sentir en Santa Fe, pero también en otros lugares del país, como Buenos Aires, Gualeguaychú, Las Palmas y la Patagonia.

Sin lograr ponerse de acuerdo, el 29 de enero de 1921, los grupos orientados por el anarco-comunismo intentaron tomar los principales pueblos fabriles. Las fuerzas del orden los rechazaron y la policía montada, dirigida por la empresa, salió a su caza. Los directivos de la compañía acusaron a los trabajadores de formar “soviets” y encabezar una “campaña de desprestigio” contra su “obra de civilización y cultura”, como gustaban llamarla sus directivos. La prensa no se hizo cómplice de aquel terror: “Un Crimen de Lesa Humanidad está Cometiendo La Forestal”, se llegó a titular. Los socialistas calcularon entre 500 y 600 muertos. Al poco tiempo, en la legislatura santafesina se narraron los trágicos destinos de las y los humillados: desplazamientos forzosos, persecuciones, violaciones, asesinatos.

La masacre fue el cimiento de un nuevo orden productivo y social. Con nuevas estrategias, los directivos de La Forestal se dedicaron a reconstruir su autoridad. No tuvieron el éxito asegurado y, de hecho, una y otra vez se hizo sentir el rumor de la protesta, organizándose desde abajo el descontento obrero. Sin embargo, frente al inicio de la segunda gran guerra, y avizorando profundas transformaciones en la industria del tanino que hasta entonces dominaba, la empresa activó el plan de retirada del país, que completaría en la década de 1960.

Fuente: www.historiaobrera.com.ar