Por Miguel Bonasso*
Se alzan los pueblos en Ecuador y Chile, en Bolivia vuelve a imponerse Evo y en Argentina los Fernández le ganan a Macri en primera vuelta. Sin caer en peligrosos triunfalismos, este rápido encadenamiento de victorias populares sobre las teocracias gerenciales que habían llegado para quedarse, es un dato alentador. Para toda la región.
Si le sumamos -con sus debilidades y tremendos desafíos- la aún bisoña presidencia de Andrés Manuel López Obrador en México, podemos decir que a Donald Trump y el poder económico y militar que representa, los planes no se les han cumplido como esperaban.
Es verdad que lograron instalar un monstruo del tamaño de Jair Bolsonaro en el Planalto, pero ya sabe ese monstruo que ocurrió lo que temía: Que lo derrotaron a su socio principal en el Cono Sur.
En este “patio trasero” que habitamos, la mejor prueba de nuestra dominación es la unanimidad de las políticas que se aplican más allá de las especificidades locales. Cuando vino el tiempo de las dictaduras militares, las fichas de dominó fueron cayendo una a una, con excepción de México. Luego llegó el turno de que se impusieran las democracias vigiladas.
Cuando se intentaron -con mayor o menor intensidad y eficacia- gobiernos realmente más autónomos, muchos terminaron por ser derrotados debido a sus debilidades, contradicciones o derrapes en la corrupción.
Al poder mundial ya no le hicieron falta los golpes de estado para desalojarlos; les bastó con el poder mediático y las leyes de una democracia hecha a medida del poder económico.
A mediados de la década, fueron cayendo una a una casi todas las fichas y el nuevo avance neoliberal parecía imparable.
Sin embargo, como ese río andaluz que fluye bajo tierra y vuelve a salir a la superficie al cabo de muchos kilómetros, la conciencia histórica ha emergido en estos días con alentadora potencia.
Ojalá que ahora no se desvíe su curso, ni se estanquen sus aguas, ni se diluya la conmovedora energía de la esperanza humilde.
*Periodista. Escritor. Diputado Nacional (MC)