Profe Requena, “¡Presente!”

Por Javier Morello

Eduardo Raúl Requena, ayer, hoy y mañana, en todas partes.

Eduardo, docente villamariense desaparecido, no está desaparecido. Pese al deseo de Videla (los desaparecidos no están, son una entelequia) sigue estando en todas partes. Hoy más que nunca.

En las listas sindicales que lo homenajean. Que lo toman como bandera.

En cada marcha o reivindicación donde aparece su rostro y su apellido.

En cada grito de “¡presente!”.

Y en cada respuesta de “¡ahora y siempre!”.

En la memoria de quienes lo conocieron como alumnos, o en el fútbol, como amigos, como docentes, como compañeros de militancia.

En la búsqueda incansable de su familia, en el compromiso ineludible de Silvina, su hermana y de todos los otros, los iguales.

En los crudos e indispensables testimonios de los juicios por crímenes de lesa humanidad.

En el recuerdo de sus compañeros de martirio que pudieron escapar a la maquinaria de destrucción.

En el IPEM 207 que lleva su nombre. Un colegio secundario distinto, disruptivo que como suele decir Sole: Es una escuela que tiene un ángel. Y en un barrio popular, como debe ser.

Y cuado digo Sole, digo que también Eduardo está en Sole García, su compañera.

Eduardo está en el Reloj de Sol (Memoria sin tiempo) allí, en nuestra costanera, el monumento creado por Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez.

Y no olvidemos: está en la conciencia, y en la condena social a los genocidas presos.

Y también en los genocidas libres (que estarán presos).

En una veredita de barrio que guarda todavía los ecos de su risa junto a Sole.

En otra vereda de Villa María, donde suenan los pelotazos de los hermanos Requena: Mario y  Miguel jugando bajo la sombra azul de un paraíso.

Y en el compromiso de la hermana más pequeña, Silvina, de estudiar, de construir una hermosa familia, y aflojarle nunca a la búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia.

Es un eco, una canción que suena bajito, pero aturde, una clase bien preparada para todos, un examen a nuestras memorias.  Sigue enseñando. Seguimos aprendiendo.

Es una risa que pocos recuerdan cómo era, pero que nadie olvida.

Es el cariño inmediato que sienten quienes no lo conocieron y comienzan a bucear en su vida.

Está en todos lados, en un lago del sur, el Huechulafquen donde queda el eco del viento en los sobretechos de un campamento junto al olor de una fogata en los 60.

Y en Tucumán, con el maestro rural Isauro Arancibia, y en Jujuy con la maestra y coplera Marina Vilte. Juntos (y acompañados por miles) fundaron CTERA, los quisieron borrar y, sin embargo, siguen. Se estudia en escuelas con su nombre. Se lucha por las escuelas en su nombre.

Están en la película “Maestros del viento”, están en cientos de textos y homenajes

Ellos y Eduardo siguen estando. Están en el libro que Claudia Rodríguez Paoletti  quiere escribir sobre él sin haberlo conocido personalmente. Investigando, convocada por él. Por su voz,  a la que llegó a través de otros.

Está en una asamblea obrera, porque el Gallego sostuvo con sus ideas y su vida que los docentes son tan trabajadores como un tornero.

Está en ejemplares ajados de Astérix que aún guardamos  Charly y Fernando y yo y quién sabe cuántos otros chicos de esos años.

Está en el reflejo de la fórmica del bar Miracles, cerrado hace años, de donde lo arrancó una patota al mando del genocida Menéndez.

En el recuerdo de sus sobrinos y sobrinos nietos, en sus sonrisas, en sus militancias…

¿Quién dijo que Eduardo y los otros 30 mil están desaparecidos?

Está en el barrio Beletti, cerca de la Universidad Tecnológica Nacional, donde habrá a esta hora pibes jugando al fútbol en la calle Eduardo Requena,  en la vereda, y con quien quiera sumarse como a él le gustaba.

Y en el suspiro de las hojas silenciosas de los libros de las bibliotecas del INESCER, de Villa María, y del Profesorado Mariano Moreno, de Bel Ville, que lo recuerdan en sus nombres.

Pobres las almas que piensan que ya pasó. Vergüenza para quienes eligen olvidar.

Recordar es mirar el futuro.

Recordar es no repetir el pasado, pese a los embates bestiales de la negación.

Recordar es doloroso trabajo y jugosos frutos.

Recordar nos hace mejores. Más libres, más cercanos a la utopía y a la victoria.

Fuente: www.eldiariocba.com.ar