Trabajo y felicidad

Por César Arese*

El trabajo no debe ser mercantilizado, sino equitativo, igualitario, satisfactorio, productivo y creativo, digno y decente. Ese trabajo debe asegurar satisfacción, bienestar y decencia como algo aceptable, equitativo y justo.

Para algunos, trabajar significa y es objetivamente sólo ganarse el pan con el sudor de la frente. Para otros, un medio de vida para otros objetivos. Los más afortunados encuentran en el trabajo un placer, de realización y felicidad. Aun así, el mejor trabajo no convierte en feliz a alguien que está deprimido, padece relaciones afectivas desgraciadas o está enfermo.

Pero, bueno, “el derecho a la búsqueda de la felicidad es tan innegable como el derecho a la vida; incluso son idénticos”, dice Hannah Arendt en La Condición Humana. Platón con la necesidad del objetivo de la felicidad en los asuntos públicos, Aristóteles con el “bien vivir”, los pueblos originarios andinos con el “vivir bien” y el “ama killa” de no ser ociosos, ligaron felicidad a la ocupación.

En el entorno filosófico del iluminismo, Imannuel Kant, Stuart Mill y Bentham pensaron la felicidad desde lo individual y lo político. Ellos explican que, en el primer derecho de los derechos humanos, el de las declaraciones de la Independencia de Estados Unidos (Filadelfia, 1776) y de la Revolución Francesa (París, 1789), se instaló como objetivo supremo, junto con la libertad y la igualdad, la búsqueda de la felicidad.

También en Filadelfia, pero en 1944, la Organización Internacional del Trabajo recordó que “el trabajo no es una mercancía”. Quien está ocupado no es un medio de intercambio. Es una persona ponderable en sí misma y que trabaja.

La Declaración Universal de Derechos Humanos le dio contenido en el derecho a “condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo”. Unido a la igualdad, la libertad y la dignidad intrínseca al ser humano, se traduce en la consolidación de un ser humano sujeto de derechos humanos o más simplemente un homo dignus operario. Más tarde, la misma OIT redondeó la idea con el “trabajo decente” para todos. La misma Ley de Contrato de Trabajo habla de que su objeto es la actividad productiva y creativa del hombre; y luego, sólo luego, existe una relación de intercambio.

Se lee en instrumentos jurídicos entonces que el trabajo no debe ser mercantilizado, sino equitativo, igualitario, satisfactorio, productivo y creativo, digno y decente. Ese trabajo debe asegurar satisfacción, bienestar y decencia como algo aceptable, equitativo y justo. Son buenas llaves o claves morales, pero a la vez jurídicas, positivas y operativas para que un trabajo sea confortable, aceptable y, ¿por qué no?, feliz.

Es cierto que son muchos los condicionamientos. El primero es tener un trabajo. Nada menos. Luego, desde un ambiente seguro, saludable, tiempo limitado, ingresos de progreso no simple subsistencia, estabilidad, libertad sindical, hasta otros derechos comunes como una relación exenta de violencia y acoso, libertad de expresión, acceso a la información, vida privada; en suma, derechos laborales y ciudadanos a la vez.

Falta un escalón más, la satisfacción en el trabajo, el trabajo en el que se está contento y feliz, el bienestar laboral, el que se disfruta, el que llena; el digno y decente, el buen trabajo. Un objeto en sí de la vida misma. Ese fin se entiende como el derecho humano a la felicidad, al bienestar o a la satisfacción laboral. Se logra con el conjunto de derechos humanos y laborales, pero además con la centralidad del trabajo para valorarlo, darle contenido, sentido, ser deseado, darle un alma y una trascendencia social, artística, atractiva, una alegría en sí mismo.

En ese tránsito y lucha, las sociedades toman atajos. Luego del esfuerzo en comunidad, explotan las fiestas de cosecha, en todo el mundo, en todas las culturas. El 1° de Mayo, como Día Internacional de los Trabajadores, conmemora una huelga de 1886 por el derecho a las ocho horas, los episodios de Haymarket en Chicago y la ejecución de los trabajadores participantes conocidos como “Los mártires de Chicago”. Sin embargo, es un día festivo, de orgullo, de autoafirmación, en la mayoría de los países. Aquí, se prepara un locro para homenajear y celebrar el trabajo.

Hoy en día se viven tiempos de retroceso en materia de condiciones materiales y morales en el mundo del trabajo. La pandemia degradó las condiciones laborales a nivel mundial; y con ello, el objetivo de la felicidad humana. Sin embargo, por eso mismo, es imprescindible pensar en una categoría de derechos humanos laborales. El de asegurar el camino de la felicidad laboral, entendida como el que se tiene en condiciones satisfactorias, decentes, creativas, gozosas, alegres, placenteras. Después de todo, el trabajo es tan esencial en la vida como lo que se persigue en toda la vida, la felicidad.

(*) Abogado laboralista y Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, autor del libro Derechos Humanos Laborales.

Fuente: www.lavoz.com.ar