El Ocampazo, la Marcha del Hambre y el presente

MEMORIAL DEL PUEBLO

OPINIÓN

Por Claudio Puntel y Carlos del Frade

Los Rosariazos y el Cordobazo son continuidad de una lucha que se inició en el norte profundo de Santa Fe, la Marcha del Hambre de Villa Ocampo, el 11 de abril de 1969. A cincuenta años de aquellos hechos de dignidad y lucha, vendría bien que en las escuelas, los medios, los sindicatos y las legislaturas se promueva esta fenomenal historia de solidaridad y rebeldía ante los planes de ajuste.

“…Una ola incalculable de clamor de justicia, de fuentes de trabajo, pan y tranquilidad, se oye en el Norte. Villa Ocampo dio un grito de alerta y hoy se debate entre la vida y la muerte su suerte definitiva. Sin embargo sus hombres y mujeres no se resignan a ser un pueblo fantasma. Los pueblos que no luchan merecen ser esclavos”, decía el semanario “Ocampense”, el 5 de enero de 1969.

Medio siglo después de la Marcha del Hambre en Villa Ocampo y a cien años de la primera huelga en La Forestal, las inundaciones y la sequía que se repiten en la geografía del norte profundo santafesino son consecuencia de las nuevas forestales que imponen los que ganan con la depredación del medio ambiente y la escasa valentía política para enfrentar esos intereses concentrados. 

Cuando en el norte, el hambre se hizo lucha

Hubo un momento, a finales de la década de los ‘60, en que la dictadura gobernante decidió cerrar los ingenios azucareros del norte santafesino. Fue una buena oportunidad para plasmar en las calles la unidad entre trabajadores, estudiantes, obreros rurales, curas comprometidos con el pueblo y pequeños y medianos productores del campo y la ciudad. La Marcha del Norte que aquí recordamos puso freno a los planes vaciadores del onganiato y permitió mantener en pie el Ingenio Arno de Villa Ocampo.

Krieger Vasena, el ministro de economía de Onganía, anunció en marzo de 1967 un plan de desindustrialización, cínicamente llamado “de Estabilización y Desarrollo”. Decía la dictadura de Onganía que con él atraerían inversiones extranjeras; para ello implantaron una apertura de las importaciones y feroces medidas represivas y de “disciplinamiento social”. El plan contemplaba el cierre de ingenios azucareros. En Tucumán, con la reducción del cupo azucarero, acompañado por represión y asesinatos, se cerraron 9 ingenios. En 1968 cerraron el Tacuarendí en el norte de Santa Fe.

El azucarero era un sector muy sensible que funcionaba con regulación estatal. Los ingenios afrontaban problemas de superproducción, ante un mercado interno deprimido y la disminución de las exportaciones. La producción de azúcar en el chaco santafesino era un ítem muy importante de la economía regional.

Por aquellos años, el ingenio de Las Toscas, de Santa Fe, tenía el rinde más alto del país, con 11%; en segundo lugar venía el Ingenio San Martín de Salta, con 10,8%. Se molían más de 10 millones de toneladas de caña y se elaboraban más de 900 mil toneladas de azúcar en el país. En tanto, Santa Fe molía más de 350 mil toneladas y refinaba casi 36 mil toneladas de azúcar. Sin embargo, desde el estado se insistía en que había que erradicar el cultivo de la región, a la que consideraban “zona marginal no apta para esta producción”. Sin dudas, pretendían privilegiar a los grupos concentradores que se encontraban (y se encuentran) en el NOA.

Tacuarendí 

Subiendo por la Ruta 11, primero está Villa Ocampo; luego siguen Tacuarendí, Las Toscas, El Rabón, Florencia… después viene la provincia de Chaco. Nombrarlas así, juntas, hace pensar en la letra de algún chamamé; pero también significa mencionar la zona forestal y cañera.

Tacuarendí no pudo resistir al retiro del cupo azucarero y cerró. Antes del cierre de sus puertas había ingresado a un estado de iliquidez e insolvencia. En 1965, dos empresas privadas vendieron el ingenio y la destilería al estado; desde entonces, fue regenteado por una sociedad mixta compuesta por el estado provincial y productores y obreros cañeros.

En 1967, Tacuarendí afrontaba pérdidas de 800 millones y deudas de aportes jubilatorios por 170 millones de pesos de entonces (Pesos Moneda Nacional). La Dirección Nacional del Azúcar nombró una comisión técnica que propuso desmantelar la fábrica. El ingenio comenzó a andar el mismo proceso que a lo largo de nuestra historia transitaron las empresas estatales vaciadas y liquidadas: se canceló por decreto la personería jurídica, fueron designados síndicos liquidadores, se comprobó que las firmas a las que se había comprado el ingenio en 1965 no eran dueñas legales de lo principal del capital (entre otras cosas, no eran dueñas de las 13 mil hectáreas que habían vendido).

En definitiva, una vez más, los obreros y productores fueron estafados y arruinados por las operaciones de sectores de las clases dominantes que manejaban los organismos del estado,  con la complicidad de otros sectores de la sociedad civil. Este caso se ve agravado por el hecho de que el régimen gobernante era una dictadura.

Tacuarendí fue un paso más en el camino de pérdida de fuentes laborales que se había iniciado en Villa Guillermina con el despido de obreros en la Fábrica de Vagones y la Cesantía de 60 trabajadores en La Gallareta. El número de obreros industriales desocupados llegaba a 650 y a 800 el de los que trabajaban en el cultivo de caña de azúcar. Era demasiado castigo para la región.

Villa Ocampo  

Los ocampenses veían cómo avanzaban el hambre y la falta de trabajo en la zona. Sospechaban que luego vendrían por la azucarera del pueblo. Sabían que deberían luchar duro, y estaban dispuestos.

Villa Ocampo era un hervidero; había un extendido estado de debate, organización y movilización. El pueblo contaba curas comprometidos, casi todos adherentes a los postulados de la Teología de la  Liberación. Rafael Yacuzzi, en Villa Ana; Héctor Beltrán y Jorge Mussín, en La Gallareta; Paco D’Alteroche, en Paraje 29; Arturo Paoli, en Fortín Olmos; Esteban Quirini, en Vera; José Clavel en Villa Ocampo.

“Hoy la tristeza y el desánimo son nuestro pan cotidiano. Fábricas, talleres, han cerrado, es el éxodo masivo de la población del monte y del campo hacia las ciudades. Hoy aumenta la mortalidad y se multiplican los mendigos. Hoy nuestro norte está lleno de hombres que sufren en su cuerpo como en su dignidad”, decían en un manifiesto desde la diócesis de Reconquista.

El ingenio Arno en 1968 tenía una deuda de 1.200 millones de pesos; a los obreros les debían tres meses de sueldos y jornales; a los productores que proveían la materia prima, debía una parte importante de la zafra anterior. La propietaria, Compañía Industrial del Norte de Santa Fe, solicitó créditos al estado provincial en un intento de cubrir las deudas, pero no tuvo éxito. En noviembre, los obreros ocuparon el ingenio, la papelera y los talleres de La Gallareta y Villa Guillermina. Los trabajadores del sector estaban divididos en dos ramas: papeleros y azucareros.

Hicieron mucho esfuerzo para limar las diferencias y celo entre ambos sindicatos.

El 4 de enero de 1969 se creó la Comisión Coordinadora de la Acción de Lucha para conducir y encauzar la movilización. Obreros y estudiantes iniciaron una huelga de hambre en el templo para exigir el pago de la deuda a los trabajadores. Al mismo tiempo, la Comisión Coordinadora iba tejiendo unidad y sumando voluntades entre los pueblos, campos y montes de los alrededores.

El 10 de enero, un acto en la plaza convoca a más de 5.000 personas. Entre los oradores había dos curas de Colonia Florencia, Tibaldo y Spontón; además de dirigentes sindicales y estudiantiles. Al día siguiente hubo varios actos relámpagos en los barrios.

El 12 de enero, con el anuncio del aporte de 40 millones de pesos por parte del gobierno para pagar los sueldos, levantan la huelga de hambre. Al costado de la Ruta 11 funcionaba una olla popular que también concentraba la movilización diaria de centenares de personas.

La Marcha del Hambre  

En abril surgió la idea de hacer una marcha a pie hasta Santa Fe. Uno de los bastiones de la organización era el cura Rafael Yacuzzi. “Nos empezábamos a juntar. La policía vigilaba… empezamos a propagandizar el problema”, recordó en 1999. Amplios sectores, sindicatos, dirigentes políticos, estudiantes, comerciantes, grupos cristianos, etc., se sumaron a la convocatoria. Los pueblos de la zona también fueron confluyendo. De las raíces del quebracho volvían emerger los brotes que la represión de la Forestal no pudo quemar.

La dictadura intentaba amedrentar; infiltró servicios para sacar información, detenía militantes, irrumpía en las reuniones. En Reconquista, intentaron entrar sin orden de allanamiento a una reunión con delegados de Villa Ana, Ocampo, Guillermina y La Gallareta. Mientras un abogado entretenía a los policías, los de adentro escondían los papeles comprometedores y ayudaban a saltar la tapia de atrás a los dirigentes que iban a ser detenidos.

El gobernador de facto de Santa Fe, contralmirante Vázquez, y el coronel Druetta, jefe de la policía, dispusieron la movilización de uniformados para impedir la marcha. Sobre todo, la dictadura temía que una protesta contra el cierre de una fuente laboral se convirtiera en  lucha antidictatorial. Un comunicado policial informaba que se había dispuesto “no permitir la reunión y posterior marcha –tan profusamente anunciada- por cuanto no contaba con la autorización oficial que establece el decreto número 1298 para cualquier clase de reunión pública”. La Guardia de Seguridad estaba acuartelada por si debía entrar en acción.

La guardia Rural Los Pumas; la policía caminera y algunas departamentales controlaban las rutas intentando impedir la llegada de la conducción nacional de la CGT de los Argentinos. Ongaro y sus compañeros pudieron llegar, primero a Reconquista, viajando en colectivo; luego a Villa Ana, donde por recomendación de Carlos Mujica, lo esperaba el cura Yacuzzi.

En Villa Ocampo, el local del sindicato azucarero fue sede de una reunión entre los dirigentes de la CGTA y la conducción sindical de los obreros del ingenio. La reunión fue rodeada por la policía y apresados varios de los participantes. La gente de Villa Ana, incluyendo varias religiosas, pudieron llegar atravesando el monte, cobijados por la madrugada.

¡Muera la dictadura!  

Amanecía el viernes 11 de abril. Las campanadas de la iglesia comenzaron a sonar convocando al pueblo. Una a una las puertas de los hogares se abrieron y una marea ganó la calle. A las siete de la mañana, los chamamés de una radio correntina eran amplificados por los parlantes animando a la gente. Luego del Himno Nacional y portando al bandera argentina llegaban los obreros azucareros al grito de “¡Muera la dictadura!”. Encabezados por el cura Yacuzzi empujan la pechada contra el cerco de los agentes, quienes se repliegan. La Marcha del Hambre avanza.

Con ollas, carpas, abrigos y medicamentos, recorren las calles de la Villa Ocampo hasta la ruta 11. En el camino se sumaron unos cuantos tractores que pasaron  a apoyar la cabecera. “Patria sí, colonia no”, gritaban los manifestantes. En la ruta esperaban los represores con palos, granadas, lanzagases y FAL. Se produjeron algunos cabildeos para intentar demorar la represión. Ongaro duda ante la suprerioridad numérica de los uniformados; finalmente, a las 12, se anuncia por los parlantes: “¡A la ruta!”.

Cuando los primeros hombres pisaron el asfalto comenzaron a llover estelas de gases.  Luego llegaron los sablazos, bastonazos y finalmente tiros de armas de fuego. La dictadura reprimía con plomo. De inmediato, el pueblo respondió con piedras y cascotes.

La celeste y blanca perforada por las balas continuaba en alto. Luego, se repliegan hasta concentrarse en la plaza; allí deliberaban. Discutían si tomar el ingenio o el municipio; resuelven la toma de la municipalidad. El intendente redacta su renuncia y decide apoyar la lucha de los ocampenses.

Pasado el mediodía, llega más policía desde Santa Fe; la represión se torna indiscriminada y la expanden por todo el pueblo. Los combates continuaron durante todo el día; al llegar la tardecita, la calma fue despejando el ambiente. Las fuerzas represoras buscan denodadamente a los dirigentes sindicales; los manifestantes se esfuerzan en salvar y refugiar a Ongaro, a Taca Alderete.

Con las primeras oscuridades, los policías comenzaron a ponerse nerviosos. No se animaban a salir a la calle porque los esperaban los clavos miguelitos o los sabotajes en las líneas de electricidad; esa situación se repitió cada noche.

“Las fuerzas tomaron Villa Ocampo y Villa Ocampo no se entregó”, contaba Juan Taca Aderete. “Los vecinos no les dieron comida, no les daban agua,  no le vendían nada a la gendarmería… Supe allí cuándo un pueblo no se entrega a pesar de las dificultades”.

En Guillermina, en Gallareta, en Fortín Olmos, también se luchaba; puede decirse que una vez más el chaco santafesino ardió con furia y concitó la solidaridad de vastos sectores de la provincia y la región.

La lucha fue larga, pero fructífera. Los ocampenses lograron conservar su fábrica. Villa Ocampo pasó a integrar el mar de puebladas que en 1969 tuvieron sus hitos en Corrientes, Rosario, Gral. Roca, Córdoba. En la Gallareta conquistaron un contrato para reparar 500 vagones más. La marcha del hambre demostró que una vez más lo que se necesita puede ser conquistado.

TACUARENDI, donde se cierra un Ingenio….

Los compañeros Castaña Ahumada, del Movimiento Camilo Torres, y Jorge Gil Solá, dirigente del Peronismo Revolucionario, se hicieron presentes en Villa Ocampo para solidarizarse con la marcha de los pueblos del norte de Santa Fe, realizada el viernes 11 de abril.

El sábado 12 se libraron órdenes de captura contra 14 personas consideradas responsables de los sucesos; la lista era encabezada por el Padre Rafael Yaccuzzi, párroco de Villa Ana. Fueron detenidos ese día 10 compañeros en Villa Ocampo. Castaña Ahumada y Jorge Gil Solá fueron interceptados por la Guardia Rural en la ruta de Villa Guillermina a Villa Ana, detenidos junto a dos acompañantes, trasladados a Villa Ocampo y luego a la jefatura de policía en Reconquista, donde quedaron incomunicados. Allí fueron interrogados por todos los jefes de represión, enviados después a la guarnición de la Guardia Rural en Santa Felicia y expulsados posteriormente de la provincia el lunes a la madrugada. En Santa Felicia quedaron detenidos ocho compañeros a los que se les iniciará proceso en la justicia criminal sin que las autoridades hayan comunicado la medida.

“Cristianismo y Revolución” conversó con los dos compañeros cuando recuperaron su libertad. Este es su testimonio.

LA SITUACIÓN DEL NORTE SANTAFESINO

No es un hecho aislado ni un fenómeno único en el país. Se da en otras zonas y en varias ramas de la producción nacional. Que desaparecen las fuentes de trabajo, que crece la desocupación, que hay hambre, miseria, que se vuelve a épocas de explotación hace mucho tiempo superadas, se sabe que ocurre en el norte santafesino o en Tucumán porque allí el pueblo ha reaccionado y se halla dispuesto a luchar para oponerse a la política dictada por los monopolios imperialistas y sus agentes locales, pero en muchos otros lados ocurre lo mismo y nadie se entera porque han sido conflictos aislados o aún el pueblo no ha tenido la posibilidad de manifestarse, de organizarse para la lucha.

Por otra parte hay problemas que no sólo afectan a determinadas zonas del interior sino a los trabajadores en general. La tendencia oficial es ir creando una división cada vez más tajante entre distintos sectores de la clase obrera y formar capas privilegiadas, crear antagonismos, minar la solidaridad, eliminar la conciencia de clase y evitar la lucha en común.

LAS CARACTERÍSTICAS DE LA MARCHA

La marcha fue una expresión de repudio de todo un pueblo que se levantaba en defensa de sus fuentes de trabajo; fue espontánea en cuanto a la decisión del pueblo de participar, pero es evidente que, como sucede siempre en estos casos, hubo compañeros que veían las cosas más claras, comprendían que los problemas no surgen por obra del fatalismo sino que son producto de una política oficial coherente y planificada.

Esos compañeros han ido creando conciencia, han trabajado mucho tiempo para formar organizaciones que hicieron posible estas jornadas que han demostrado que ya no se puede condenar impunemente al hambre a una población sin enfrentarse con una reacción organizada.

No se trataba además de una sola población, sino de la acción coordinada de todas ellas.

La presencia de Ongaro ayudó a elevar el espíritu combativo. No fue solo su presencia física, fue sobre todo la demostración de que cualquier reclamo de los marginados por sus derechos más elementales, cualquier manifestación de rebeldía popular, contará con el apoyo solidario de los compañeros que en el orden nacional no se limitan a ejercer una pretendida hegemonía detrás de un escritorio o entre las cuatro paredes de un departamento, sino jugándose junto al pueblo.

BARRIOS OBREROS: La lucha del Norte es nuestra lucha

Esa además es la actitud de muchos compañeros de las zonas marginadas de otras ciudades de la provincia, incluso de la ciudad de Santa Fe. Allí se realizaron también, en solidaridad con los compañeros del norte, actos de protesta y manifestaciones masivas que dejaron heridos y encarcelados.

En Tucumán sucedió lo mismo. Después del 66 el gobierno había logrado aislar cada problema, tener un solo enemigo por vez, cercarlo y destruirlo y pasar luego a imponer el hambre y la represión, en otro lugar. Pero esto año, a la marcha programada en Bella Vista siguieron acciones conjuntas de todos los ingenios cerrados y por cerrar y de trabajadores de otras ramas de la producción.

LAS PROYECCIONES DE LA LUCHA

Evidentemente estas marchas tienen características defensistas, son producto de un pueblo acorralado. Pero al mismo tiempo eso experiencia va señalando a la gente la necesidad de otros métodos de lucha.

La impotencia de un pueblo desarmado frente a efectivos de represión provistos de granadas, de gases, garrotes y fusiles automáticos —que fueron usados— lleva después del primer momento de indignación, a pasar a la ofensiva, a convencerse que no hay solución a sus problemas dentro del régimen y en consecuencia a plantear la lucha a un nivel superior.

Por ahora la decisión de tomar la Municipalidad y destruirla es un hecho demostrativo de una toma de conciencia. El pueblo ataca en sus signos representativos a un orden que obra en beneficio de minorías privilegiadas.

El gobierno por su parte, ha demostrado que no va a detenerse en emplear ningún medio para aplastar la lucha del pueblo, y el pueblo comprende que debe organizarse para combatir la violencia del régimen con los métodos que sean más adecuados y eficaces… pero el desarrollo de ese tema escapa al marco de esta conversación.

LA REPRESIÓN

Ya se conoce. Lo importante es la reacción del pueblo.

En otras partes éste ya está acostumbrado a la persecución, a los golpes y a las balas. Allí recién ahora se ha manifestado en esa forma con toda crudeza.

La reacción popular por lo tanto ha sido de asombro e indignación sin límites. No hemos comprobado en ninguna parte un odio tan profundo del pueblo hacia la policía, los guardias y el ejército; sobre todo a los guardias rurales, que es un cuerpo profesional, instruido por oficiales de la Gendarmería y que tiene, en los límites de la provincia, las mismas funciones que ésta. De los “pumas”, dependía el comando de represión, si bien estaban apoyados por tropas del II Ejército acantonadas en Reconquista donde se hallaba el General Fonseca.

El gobierno nacional no puede en estos casos, como ha quedado demostrado en Tucumán, contar con la policía local o provincial, en donde se dan enormes contradicciones, y tiene que recurrir a otros organismos de represión. En Santa Fe un oficial de apellido Solari, por ejemplo, llegó a decir en Villa Guillermina, frente a las mujeres que encabezaban la marcha, que si querían trabajo le limpiaran las botas (también en Villa Quinteros hay obreros y niños baleados y golpeados y casas destruidas; el Padre Fernández ha denunciado incluso el aborto provocado en cuatro mujeres embarazadas).

Pero esa actitud de brutalidad y de insensibilidad frente a los problemas reales que desesperan a los sectores humildes de la población no es compartida por otros funcionarios que se niegan a reprimir, porque ellos mismos, sus familiares y sus amigos son víctimas de la injusticia, de las diferencias sociales y de la jerarquización arbitraria iniciada en la administración pública.

Por otra parte queremos destacar la actitud de los compañeros detenidos y procesados, de los cuales —por nuestro carácter de incomunicados— sólo llegamos a conocer cuatro nombres: Figueroa, Sánchez, Stella María Cracogna y Ana María Agustini. Ellos mantuvieron en todo momento un espíritu y una moral ejemplares.

En resumen la dictadura no puede ya dominar la situación, no puede suprimir los problemas por decreto, no puede ya ofrecer a sus amos extranjeros un país pacífico, no puede vender la imagen de un pueblo sumiso, de un paraíso sin problemas económicos, sin conflictos sociales, sin disenciones internas. Se había creado una imagen monolítica, eficaz, indestructible, de un régimen sólidamente basado en un poder militar avasallante y todopoderoso que no ofrecía flancos, que era apoyado por todos los factores de poder. Ha bastado la valiente actitud de hombres, mujeres y niños indefensos que reclaman pacíficamente por su dignidad y su futuro, en los lugares más ignorados del país, para demostrar que el monstruo no era capaz de ofrecer soluciones mínimas a necesidades elementales, ni contaba con un frente interno coherente en los sectores o instituciones en que creía apoyarse.

CONCLUSIONES

Los acontecimientos de Tucumán y Santa Fe pueden servir de ejemplo a los que por miserables o por corrompidos han abandonado sus principios y sus compromisos y han capitulado pasándose al bando de una minoría despreciable apoyada en fuerzas que detrás de su aparatosidad carecen de moral, de razón y de futuro.

Hoy en Tucumán y Santa Fe los compañeros no combaten sólo por sus propias necesidades sino por cada uno de los trabajadores argentinos, y ya no pelean aislados, como había ocurrido hasta hoy.

El pueblo podrá ser derrotado en acciones parciales, reprimido y hambreado, pero terminará por imponer sus aspiraciones, sus anhelos. La historia está de parte de los que luchan.