Irma Carrica: “El que no da todo no da nada”

Se cumplen 42 años de la desaparición forzada de una inolvidable trabajadora de la salud y militante de ATE.

Por Marcelo Paredes*

ATE tuvo entre sus filas a una mujer que supo ser enfermera, docente, sindicalista, militante política, integrante de la Resistencia Peronista, defensora de los derechos humanos (cuando no se usaba el término), madre y compañeraza. El título de esta nota es una frase de su cuño y fue la manera en que vivió hasta que se la llevaron de su casa los milicos del 1º Cuerpo. Se llamaba Irma Leonor Lasiar de Carrica y fue la enfermera de los pobres y de los torturados.

Irma nació un primero de julio de 1926 en Sampacho (Córdoba). Hija de un delegado ferroviario y sobrina de dos tías enfermeras, tuvo el destino marcado: enfermera sindicalista. El oficio lo aprendió en la Escuela Cecilia Grierson de Buenos Aires y lo empezó a ejercer en Río Cuarto allá por principios de los 50. Lo del sindicalismo ya lo llevaba en la sangre.

De Río Cuarto pidió el traslado al Hospital Rivadavia, en Capital, con el cargo de enfermera y llegó a Sub jefa de Enfermería. El deseo de trasmitir lo que aprendía la volcó a la docencia y dio cursos de Auxiliares de enfermería en la Escuela Nacional de Salud durante 20 años. Fue la primera enfermera docente coordinadora de la Oficina Panamericana de la Salud (OPS). También fue docente de la Escuela de Enfermería de la UBA y directora del curso de Auxiliares. Participó en el diseño de la cátedra de Medicina del Trabajo, en el proyecto de salud que presentó el FREJULI en el 73 y fue asesora de la Universidad en el área de Enfermería Médica y Organización Sanitaria. Aprendió, ejerció y trasmitió todo eso a miles de alumnos a los que llevaba a los barrios pobres y a las villas para que incorporaran a su vocación, el sentido social. “Hay que hacer las cosas con la gente y no por la gente” les machacaba y se ganó el apodo: enfermera de los pobres.

Quiso el destino que tuviera que asistir a los heridos por el bombardeo a Plaza de Mayo en 1955. Tuvo en sus brazos a la maestra del micro escolar que voló por los aires con los chicos adentro. Y fue otra Irma, seguramente.
De raíz socialista de Alfredo Palacios se pasó a la resistencia peronista y al sindicalismo de Amado Olmos. Se hizo militante de ATE y secretaria general del Hospital Rivadavia. En los años de la CGT de los Argentinos andaba buscando presos políticos por las comisarías de Onganía y los curaba en los mismos calabozos. Siempre a los gritos con la autoridad.

No le escapaba a la “acciones” y cargaba medio ladrillo en la cartera, por si las moscas. En su hospital no permitía pacientes esposados y se especializó en curar heridos en combate. En la época en que en ATE se resolvían las cuestiones a los tiros, supo parar una balacera para atender un herido y después fue presa junto a los contendientes. Sin decir ni mú.

Siempre creyó en el sindicalismo de liberación y en los jóvenes. Y fue detrás de ellos. Para el 75 la echaron de su trabajo y tuvo que andar escondiéndose. Se ocupó de rastrear a los detenidos-desaparecidos, ayudar a sus familiares y denunciar lo que veía. Esa era su tarea y por eso se quedó cuando parecía mejor irse. Un grupo de tareas la levantó de su departamento de Liniers el 18 de abril de 1977 y nunca más se supo de ella. Siempre fue consiente de lo que le podía pasar y nunca pudo dejar de hacerlo.

Militó junto a Ramón Carrillo, Olmos, los hermanos Troxler, Cacho El Kadri, los hermanos Rearte, Horacio González y tantos otros valiosos compañeros. Luchó incansablemente por una salud pública, igualitaria y liberadora. Bregó sin claudicar por la dignificación de los trabajadores contra toda forma de corporativismo y elitización. Su fuerza, coherencia, entrega y sencillez la convirtió en una militante muy querida y reconocida por sus compañeros y respetada por toda autoridad. Como aquel ministro de Salud al que paró en la puerta del Hospital Rivadavia un día de huelga.

Un día su hijo y compañero de militancia Héctor “Pelusa” Carrica, histórico dirigente y referente de la lucha por los Derechos Humanos en ATE, intentó convencerla de que había que retroceder e insertarse en alguna provincia, por lo menos. Pero su objetivo personal era la búsqueda de los compañeros desaparecidos y si se retiraba, a su entender, los abandonaba. “Además, el retirarse comienza a convertirse en un hábito. Los compañeros son como vos, mis hijos, y yo por ellos voy hasta el final…”.

A 42 de su desaparición física queda vigente su ejemplo y el recuerdo imborrable de una militante que cruzó la historia política argentina reciente con su uniforme blanco inmaculado y su cofia, su vocación de lucha, su alegría siempre joven, su sonrisa y el ladrillo en la cartera.

*Periodista. Historiador. Escritor