Los días que conmovieron al mundo

Por Manuel Justo Gaggero*

Este es el título de una interesante crónica, del periodista norteamericano John Reed, de las jornadas que se vivieron en Rusia durante la Revolución de Octubre, que culminara con el nacimiento del primer estado socialista de la historia.

45 años más tarde, en Cuba, entre el 15 y el 28 de octubre también se vivieron días que conmovieron al mundo y pusieron a este al borde de una tercera guerra mundial.

Los días en La Habana pasaban vertiginosamente, entre el curso que estábamos realizando con un instructor que era poco comunicativo, estricto, con una puntualidad nada común en sus compatriotas, al que le habíamos puesto el apelativo de “Manolito”, por el personaje de Mafalda, y las reuniones con Alicia y John y algunos de los compañeros del contingente inicial.

Así llegamos al 26 de julio, aniversario de la toma del cuartel Moncada en Santiago de Cuba.

El gobierno revolucionario había convocado a una gran concentración popular para reafirmar el apoyo a las decisiones adoptadas en el camino de la construcción del socialismo y para condenar, al mismo tiempo, las crecientes agresiones de los Estados Unidos y, los crímenes y sabotajes de los agentes de la CIA.

Luego del fracaso de la invasión intentada en Playa Girón, en abril del año anterior, el Pentágono y la Casa Blanca comenzaron a preparar un plan secreto, de invasión militar a la Isla de la Libertad, que denominaron “Operación Mangosta”.

Esta, comenzaría a partir de un supuesto intento del Ejército Rebelde cubano por apoderarse de la Base Naval estadounidense ubicada en Guantánamo.

La misma había sido impuesta a la nación caribeña, mediante la “Enmienda Platt” incorporada a la Constitución en 1902.

Incluía, además, el derecho de los Estados Unidos a intervenir militarmente, si lo consideraba oportuno, “para salvaguardar la independencia de Cuba”.

Los servicios de inteligencia de la URSS detectaron esta operación y advirtieron al Gobierno revolucionario de estos planes de Washington.

Por esta razón se anunció, en la Plaza de la Revolución, la declaración del estado de alerta máxima y la movilización de las milicias populares.

Era la primera vez que escuchaba a Fidel, en un acto público. Habló durante casi cinco horas haciendo un repaso de las medidas adoptadas en el campo económico y en el terreno militar defensivo, saludó el apoyo creciente que recibían de la URSS y del campo socialista, enumeró las batallas que libraban los pueblos contra el colonialismo, en Vietnam, las colonias portuguesas, el medio oriente y rescató el triunfo de la Revolución argelina liderada por el Frente de Liberación encabezado por Amed Ben Bella que había anunciado su intención de visitar la “isla del lagarto verde”.

Nunca había escuchado a un orador tan preciso, y que lograra mantener la atención de una plaza ocupada por más de un millón de cubanos, que escuchaban al Comandante en silencio y reflexionando los conceptos que él vertía. Cuando, en un solo grito, contestaron al unísono “Comandante en Jefe —ordene” y acompañaron el “Patria o Muerte. Venceremos”, con lo que culminó su disertación, sentí una gran emoción y se me caían las lágrimas de alegría por la disposición combativa que reflejaban.

En este caso, la consigna era algo más que una frase, reflejaba la decisión de un pueblo en “posición combatiente” como dijera nuestro compatriota, el Che, en una intervención posterior.

Cuando nos alejábamos de la plaza sentía que estábamos frente a momentos decisivos de ese pueblo y de todos los que soñábamos con la Liberación de nuestro Continente.

Días más tarde, nuestro instructor nos comentó que la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos había preparado un comando, que ese día, desde un departamento cercano al lugar de la concentración, dispararía, con varios obuses, al palco para asesinar a Fidel y a los dirigentes que lo acompañaban.

Este estaba integrado por miembros de la mafia norteamericana y por ex militares batistianos. Habían sido detenidos todos sus integrantes, horas antes del acto.

El lugar, desde donde se preparaba el atentado, fue descubierto días más tarde, con todo el armamento preparado para la criminal agresión.

En este contexto, en los primeros días del mes de agosto, y en el medio de la más importante movilización defensiva, Fidel le propone a Nikita Jrushov —el premier soviético— la firma de un tratado o acuerdo entre ambos países en el que se especificara que un ataque militar a Cuba sería interpretado como una agresión a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y una declaración de guerra.

Moscú se niega a concretar este acuerdo, pero ofrece, en resguardo de la soberanía cubana, la colocación de cohetes de alcance medio, con cabeza nuclear.

La “Operación Anadyr”, así denominada por el mando militar soviético, suponía, además la instalación de una división mecanizada del Ejército Rojo y de bombarderos dirigidos a prevenir o enfrentar una posible invasión de Estados Unidos y sus aliados.

Este operativo comenzó a ejecutarse en los últimos días de septiembre, y como era lógico, nosotros suspendimos nuestro curso y nos sumamos a una unidad militar ubicada en una playa, en las afueras de la Habana, en donde había una de las famosas “katiuskas”-unidad de artillería defensiva soviética-.

Por su lado, en la Casa Blanca, se sucedían las reuniones en las que el Pentágono y la CIA insistían en la invasión. De estas conversaciones da cuenta el Informe del Fiscal Garrison que investigó el asesinato, al año siguiente, del presidente Kennedy.

Esta postura, no tenía el respaldo del aquel, no porque tuviera alguna simpatía por los jóvenes revolucionarios cubanos, sino porque temía la reacción, que esta decisión, iba a generar en el Continente y en todo el Tercer Mundo.

Así, con este escenario nos acercábamos a Octubre y a aquellos días “que también conmocionaron el mundo”.

“Abogado. Periodista: Ex Director del Diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”