Peripecias de una caravana inolvidable (Episodio III)

Por Marcelo Paredes*

Del Salar a Orinoca

A las 7 de la mañana, Evo dio una conferencia en el hotel Palacio de Sal, en las puertas del salar más grande del mundo que además está lleno de litio. Un hotel de 5 estrellas donde si avisaban con más tiempo, la comitiva hubiera pernoctado. Imperdonable.
Al finalizar, arrancó la caravana por terreno amigo (sin piquetes) parando allí donde se juntaba un poco de pueblo. Cada 5 o 10 km siempre había un grupo de cincuenta o más personas, con carteles, banderas y orquestas prolijamente vestidas.
Evo paraba, se bajaba de la 4×4, se dejaba abrazar y fotografiar, probaba una cucharada de comida, saludaba a todos los que podía, hacía un chiste, se subía raudamente a su auto y salía quemando gomas.
Una vez les hizo llegar por una jovencita, una bandeja de parí o pan de los pobres, que el grupo probó con unción, conmovidos por el gesto. Aunque a varios no les gustó.
En lugares con más población a Evo lo esperaban con un escenario, gradas, puentes adornados y grandes equipos de sonido. Así fue en Río Morado, en Sevaruyo y mucho más en Orinoca, su ciudad natal.
Un pasillo humano con papel picado y flores lo acompaño hasta el estadio que lleva el nombre de su padre y lo subió al escenario, donde también se había colado (perdón, había sido invitado a subir) Leo y el fotógrafo (“Cabeza e pingo”).
Abajo, los paraguas de ATE y la felicidad de todo un pueblo ante el regreso triunfal de su hijo pródigo: el creador del partido que sacó el 99% de los votos en esa parte del mundo. Sin dudas, otra de las grandes emociones que vivió el grupo.
Apenas finalizó el acto, todos arriba y a ganar kilómetros porque para estar al otro día en Chimoré había que andar mucho. La combi se metió en la llamada “ruta troncal” que une La Paz, Oruro, Cochabamba y Santa Cruz por una senda, llena de camiones, que en gran parte cruza las altas montañas. Una especie de vieja Ruta 14 o “de la muerte” pero, en el caso boliviano, en las alturas.
Los camioneros son intrépidos hasta el suicidio en la ruta y los sobrepasos en curvas peligrosas son cosas de todos los días…y todas las noches. Los que viajaban despiertos gritaron como si fueran a morir y los que dormían despertaron como si quisieran seguir viviendo. Unos centímetros hubo entre el camión que sobrepasó a otro y la combi que se pegó a la montaña para dar paso obligado. Solo centímetros, una bocina culposa y una luz que nos atravesó a todos. Otra que “Warning”.
Nuevamente se llegó muy tarde al hotel, ahora en Cochabamba, con escaso tiempo para deleitarse con un silpancho o un trancapecho, exquisiteces locales no aptas para flojos de estómago.
Al otro día, siempre sin desayunar como corresponde, volvieron a la ruta para llegar a tiempo al aeropuerto de Chimoré donde se haría la concentración más masiva.
Si algo le faltaba a la comitiva para que tocara el cielo con las manos, mientras se empapaba del clima de amor y satisfacción que transpiraba el acto, fue cuando Evo desde el escenario, ante 400.000 seguidores, agradeció a la CTA y a ATE por haberlos ayudado y acompañado hasta allá.
Un aguacero, sobre el final del acto, disimuló las lágrimas de muchos y anticipo la partida hacia el gimnasio donde se daría un almuerzo multitudinario de bienvenida. Más de 3.000 personas almorzaron piraña con mandioca, gaseosas o vino singani y luego bailaron y cantaron para Evo.
Nuevamente el “Jefazo” tuvo un gesto con el grupo cuando desde la mesa, cansado de que le pidan más fotos, les hizo llegar una botella de vino dulce de guinda con el clásico gesto de empinar el codo.
La noche terminó apacible, en un bolichito cercano donde la gente los reconocía como integrantes de la comitiva argentina y les agradecía su solidaridad. Y una caminata de regreso al hotel bajo un aguacero infernal.
Pero no podía faltar algo desopilante. En el hostel donde pararon, que tenía un piscina, un par de muchachos en pelotas y borrachos nadaban a los gritos en la madrugada. Nadie de los que se asomó por la ventana podrá olvidar la imagen del chango desnudo y tapándose las partes pudendas como un “pata e lana” pescado in fraganti. Ni tampoco el grito del periodista canoso poniendo orden.
*Escritor. Director del periódico “El Trabajador del Estado”. Responsable de CTA-A Ediciones