El final

Por Manuel Justo Gaggero*

Luego de presenciar el afectuoso intercambio de ideas entre John Cooke, Alicia Eguren y el Che sobre la posible conducta de la URSS, en la profundización del enfrentamiento de Cuba con los Estados Unidos, ratifiqué mi convencimiento de que estábamos en “aquellos días que iban a conmover al mundo”.

Después del fracaso de la invasión que intentaran los contrarrevolucionarios cubanos en abril de 1961, con el respaldo de la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, y el visto bueno de la Casa Blanca, se había incrementado la infiltración de saboteadores y de “bandidos” que en la zonas de las sierras del Escambray, asesinaban campesinos y alfabetizadores e incendiaban las cosechas.

Entendiendo que estas acciones eran insuficientes, el Congreso norteamericano autorizó, por unanimidad, al entonces Presidente John F. Kennedy que usara la fuerza militar para doblegar al gobierno revolucionario de la Isla de la Libertad.

Coincidente con esta decisión, el Pentágono comienza a preparar la “operación mangosta”-plan secreto de invasión militar a Cuba-.

Los servicios de inteligencia soviéticos advierten a Fidel Castro sobre estos preparativos.

Este, y el gabinete de crisis cubano, que integraban, entre otros, Raúl Castro y Ernesto Che Guevara, anuncia por radio, el alerta máximo y la movilización de todas las milicias de la reserva.

En ese contexto Guido Agnellini, el compañero con el que había viajado a Cuba y el que escribe este nota, fuimos asignados a una unidad ubicada en las afueras de La Habana que poseía una base artillada con los famosos “katiuskas “-cohetes de defensa antiaérea-.

Al mismo tiempo Fidel le proponía a Nikita Jruschov —el premier soviético— un tratado que acordara que la agresión a Cuba implicaría un ataque al campo socialista, incluida la URSS.

Al Kremlin le pareció peligrosa la propuesta, ya que pondría a la humanidad al borde de una Tercera Guerra Mundial, en su reemplazo propuso instalar cohetes teledirigidos con la posibilidad de llevar una cabeza nuclear y desplegar una brigada militar con bombardeos y una división mecanizada.

Así se puso en marcha la “Operación Anadyr”, que permitiría confrontar con los invasores, en mejores condiciones.

A cargo de la unidad estaba el General soviético Issa Piev, que estableció una relación sumamente afectuosa con Fidel y el Che, lo que le hizo afirmar que se “sentía un cubano más”.

Al mismo tiempo Washington incrementaba el bloqueo económico y militar a la Isla con aviones y navíos de guerra, al que se sumaba la OEA.

Dos destructores argentinos el “Espora” y el “Rosales” y dos embarcaciones venezolanas y dominicanas, completaban el “apoyo latinoamericano” a la agresión estadounidense.

El 15 de octubre comenzó la instalación de los cohetes, que fue detectada por los aviones espías —U2- que ilegalmente ingresaban al espacio aéreo del primer país socialista de América.

El piloto estadounidense Richard Stephen Heyser, fue el primero en fotografiar las instalaciones ubicadas en la zona oriental de la Isla.

Los analistas de la CIA le informaron a Kennedy que podían ser la base de misiles teledirigidos.

La Casa Blanca convocó al Consejo de Seguridad Nacional y, al mismo tiempo, el presidente de los Estados Unidos —el 22 de octubre-, dirigió, por cadena nacional, un mensaje al pueblo norteamericano advirtiendo que entendía que la instalación de esta unidad soviética en territorio cubano ponía en riesgo a las principales ciudades del país y suponía una declaración de guerra, por lo que declaraba el Alerta Roja, profundizaba el bloqueo a Cuba e instruía al Pentágono para que preparara la invasión.

48 horas más tarde, Jruschov, el premier soviético, utilizó por primera vez el llamado “teléfono rojo” y le propuso a Kennedy retirar los cohetes, con el compromiso de la Casa Blanca de no invadir Cuba, ni alentar a grupos de mercenarios que actuaran en esa dirección.

Asimismo Estados Unidos se comprometía a desmantelar los cohetes instalados en Turquía.

El inquilino de la Casa Blanca, en aquellos días “luminosos y tristes”, consultó con el Consejo de Seguridad Nacional, ya que le parecía la mejor forma de salir de esta crisis, si bien no tenía ninguna simpatía por el gobierno revolucionario, sabía que la invasión generaría un crecimiento del sentimiento antinorteamericano en todo el Continente.

En virtud de lo acordado, el 27 de octubre, se comenzó el desmantelamiento y se puso punto final a una crisis que había colocado al mundo frente a la posibilidad de una Tercera Guerra. Ese mismo día la artillería cubana abatió un avión espía estadounidense —U2- en Banes, cerca de la ciudad de Santiago.

Fidel y la dirigencia revolucionaria se enteraron de lo acordado por las informaciones periodísticas.

El pueblo cubano, por su parte, reaccionó con gran indignación frente a lo que consideraba una traición de la poderosa URSS y se popularizó la consigna “Nikita, Nikita, lo que se da no se quita”.

La Nación entera esperaba el mensaje del líder de la Revolución.

Nosotros nos reunimos en el departamento de John y Alicia para escuchar el mismo.

Fidel fue terminante. “Nos sentimos objeto de cambio… Tenemos diferencias a nivel de Partido y de Gobierno con la Unión Soviética y exigimos que se respete nuestra soberanía nacional…”.

Todos nos miramos y acordamos que John y Alicia habían preanunciado este final.

*Abogado y periodista. Ex Director del diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre “ y “ Diciembre 20”.